A ellas (las palabras) nos acogemos como
cobijo y les confiamos la posibilidad de nuestra supervivencia” - Carlos Barral-
Asoman los sesenta inviernos y una verdad casi absoluta y es que todas las crisis presumibles a esta edad ya las tenía, como en
la bolsa, por esceso descontadas. Puede que uno escriba porque haya caido en la cuenta de lo efímero y sea una pluma un clavo ardiendo al cual asirse, recreando los meandros que viví en un abundante pasado y todos aquellos que seguro viviré en la extensión de un incierto futuro.
Puede que por
un instinto, compensador de lo inevitable, de hacer perdurar los sucesos que
con desprecio arrasa la desmemoria, pero sobre todo para mostrarle con el tiempo a mi hijo,
y a los hijos de sus hijos, cuando me lean, si me leen, una sucesión de fotogramas de sus antecedentes lo más cercano a eso que llaman la realidad; a veces brillante o a veces vulgar y mediocre. Ni dulcificada, ni mítica, en
ningún caso intencionadamente deformada. En cualquier caso, confío en que él le
sabrá poner los aditivos para una comprensión más lucida que la que se derive
de este soliloquio. Hay un momento en la vida en que te haces preguntas y te interrogas sobre qué y quienes te trajeron hasta aquí; con tus improntas geniales y aquellas vulgares. Entre el pretérito y el futuro, habrá que explorar el
aprovechamiento del presente imperfecto. Ahora que acaba de morir García Márquez sirva su máxima: "La vida no es lo que uno vivió, sino lo que recuerda, y cómo la recuerda para contarla"
Como todos los años, por estas fechas, asisto a un periodo de descomprensión con la aceleración que vivo en el sumatorio de afectos y desafectos, de implicaciones emocionales de las que no me puedo evadir y que me tratan o me maltratan sin haber desarrollado, aún, artimañas para una personal defensa. Acudo a la palabra escrita como bálsamo terapéutico con el objetivo de acabar teniendo un único lector que se me está haciendo grande. ¡A quién coño le interesaría mi vida si no es a mi hijo!.
Como todos los años, por estas fechas, asisto a un periodo de descomprensión con la aceleración que vivo en el sumatorio de afectos y desafectos, de implicaciones emocionales de las que no me puedo evadir y que me tratan o me maltratan sin haber desarrollado, aún, artimañas para una personal defensa. Acudo a la palabra escrita como bálsamo terapéutico con el objetivo de acabar teniendo un único lector que se me está haciendo grande. ¡A quién coño le interesaría mi vida si no es a mi hijo!.
Inexorablemente, vas teniendo la sensación de que el tiempo facilita que te acerques a él de igual a igual y se van nutriendo las charlas deseada, en el porche de la casa de Hervás, hasta la madrugada. Nos escuchábamos atentos y sobre todo en los enunciados abismales había mutuo respeto. Cuando le oigo grabar sus maquetas raperas reconozco y me reconozco en su rabia y su pasión. Por la calle del pueblo he oído que desde una de las ventanas salía su voz radicalizada por la edad. Espero que la edad le dulcifique, aunque no le idiotice y siga por el camino de la desavenencia con la realidad; eso sí para intentar cambiarla.
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