domingo, 30 de septiembre de 2018

Recuerdos de la fábrica Serra i Balet


Mi padre, es un buen sastre, conoce el buen paño. En el pueblo, tiene fama de manitas. Con él aprendo a valorar una buena lana, la espiga, la franela o una buena pana. Es un artesano, en Plasencia, Cáceres.

Cuando llegan los viajantes con sus muestrarios siempre le acompaño y me pide opinión sobre la gama de colores que debemos adquirir. Me pirran los muestrarios de pana que en poco tiempo va a revolucionar el mercado rompiendo con el tradicional cordón grueso de color negro y tierra; más dirigidos al hombre que trabaja en el campo. Se convierte rápidamente en un tejido moderno con una gama amplia de colores, presentada en un cordón fino que hace que la prenda no sea tan rígida y su caída sea limpia. Juego con los cambios de tonalidad que se dan cuando paso mi mano a contrapelo al que hay que estar atento. Mi padre aprovecha cualquier circunstancia para irme dando pastillitas de sabiduría artesanal:
--¡Cuando cortes los delanteros o los traseros de los pantalones si no pones las piezas en el mismo sentido, te cargas el pantalón!
--Ah, claro, porque cada delantero tendría un reflejo diferente, ¿no?
--Así es, hijo. Esta lección va de gratis. El pelo siempre a favor de la mano.

Cuando llegan de Barcelona las cajas de pana de Serra i Balet con los pedidos realizados, las identifico fácilmente porque tienen una cenefa verde carruaje que rodea al dibujo de una fábrica de estilo modernista de tres naves y dos pisos, forrada las paredes de piedra con columnas de tocho visto y con grandes ventanales en arco. En el centro del edificio resalta una chimenea de ladrillos muy alta que lo identifica con un ambiente fabril. Recuerdo que descubrí que los reyes magos no existían porque unas navidades vi encima de un armario del dormitorio de mis padres una caja de Serra i Balet; subí a lo alto no se cómo y al levantar la tapa de la caja me sorprendí al ver cómo dentro de ella había un fuerte con vaquero e indios. Y allí, en ese aciago momento, se acabó la inocencia y la magia. 


Medio siglo más tarde, acabo viviendo en el barrio de Sants de Barcelona y un día, paseando por él, desemboco en la plaza de la Olivereta con calle Begur y  me encuentro con una chimenea de 32 metros de alzada y un edificio parecido al que recordaba de entonces. ¡Es la fábrica de Serra i Balet!. 
Creo que la añoranza por el olor y el tacto de una pana, con la que me corté mis primeros pantalones acampanados me está jugando una mágica pasada, pero es ella; la fábrica de Serra i Balet, donde mi padre compraba la mejor pana de España. Parece como si el ciclo de un recuerdo se cerrase teniendo un final feliz. Siento una emoción difícil de explicar y recuerdo a mi padre, un sastre bueno de provincia. Y alguna lágrima derrapa por mi rostro.

Es un edificio construido en forma de U a principios de siglo XX, y que se dedicaría a la fabricación de terciopelos, hilaturas de algodón y fundamentalmente panas. Sus propietarios tuvieron que hacerse de oro cuando un acontecimiento de escala mundial como la I Guerra Mundial hizo producir la empresa como nunca. Luego, durante la guerra civil fue colectivizada y más tarde aguantó hasta que duró el proteccionismo del textil. En 1982 tuvo que cerrar por quiebra. ¡Cómo lloramos su cierre mi amigo Félix Sánchez Dueñas y yo¡ Una pana inigualable para aquellos que amábamos una tela. Que hoy en día yo pueda disfrutar de este espacio, ahora convertido en un club deportivo, tienen la culpa la lucha vecinal del barrio, que entonces lo consiguieron recuperar como un espacio de ocio colectivo. Y yo, acabo de cerrar el ciclo sedante y sedoso de este recuerdo.

sábado, 22 de septiembre de 2018

1974. Una tarde en Paris con Silvia Kristell


Es julio de 1974. Edu, Paco y yo, tenemos 18 años. Desde el Arco del Triunfo vamos bajando hasta la Plaza de la Concordia; la de la reconciliación tras darle gusto a la hoja fina de la guillotina para María Antonieta y Robespierre. Cae la tarde haciéndonos fotos en la que fue Plaza de la Revolución, junto al Obelisco o en los Jardines de las Tullerías, pasando el tiempo y viendo las carteleras de espectáculos, galerías de pinturas, almacenes y grandes marcas comerciales de esta avenida ampulosa. 

Nos topamos con un cine y sorpresa: ¡Enmanuelle!   Allí está Silvia Kristel, sentada sobre un sillón de junquillo, que la corona como la icónica emperatriz del sexo en que se ha convertido. Mimosa e inocente parece morder las perlas de la fantasía que sostiene en su mano como invitándonos a poseerla, aunque solo sea visualmente. Sus pechos son las manzanas del pecado que arrastramos desde que nos encontramos, por casualidad, con el placer. Y sus piernas, deshinibidamente cruzadas y abiertas, nos arrojan, y no hay ninguna red salvadora, a un tiempo de ensoñación lujuriosa de la que ningún censor nos puede salvar.  
--Es un momento histórico, compañeros
--Ni un paso atrás, Paco.
--Tenemos también la opción de la Naranja Mecánica. -En una sala paralela estrenaban esta otra película, también prohibida en España-. Ahora, o nunca. 
--Vamos a ver, ¿pero quién no ha oído la novena sinfonía de Beethoven? –La ocurrencia de Edu, era concluyente-.

Nunca una decisión disfrutó de mayor cohesión grupal. Se arruga la tarde que oscurece. Escasa mochila vivida para adentrarnos en los vericuetos de lo desconocido. Nos dejamos llevar por la intuición que hacemos de la mirada provocativa que nos regala Silvia Kristell. Compramos morbosamente tres entradas. Entramos al cine y un acomodador nos exije la propina. No queremos entender. Dialécticamente forcejeamos. Toda la sala ya sabe que somos españoles. Pagamos el servicio o nos vamos a la calle. Pagamos y nos sentamos. Nuestras cabezas, se depositan sobre las butacas del cine, entrando en un fantaseado bucle que nos hemos regalado en una noche de Paris. Yo, me he sentado en medio de Edu y Paco. Se apagan las luces. ¡Todos saben que somos españoles!.

El cuerpo de Silvia, nos incendia en un sueño de noventa y dos minutos. Se nos viene una voz musicada, enigmática y seductora. Una voz cercana, de esas que te hacen sucumbir. Nos reponemos de la solidez sonora que la sitúa en una posición de ventaja. Ella, domina el escenario.

Un picardía no puede evitar el dibujo mágico de su arquitectura perfecta, un corpiño ajustado no puede ocultar el anuncio de un festín de pechos. Se aceleran los deseos por su desnudo. Sus escasas bragas son una invitación a despojarle, cuanto antes, de ellas. Imaginamos invadir su cama, devorándonos pulsiones innatas en nuestras encendidas entrepierna de imberbes adolescentes. Inevitable calentura pronunciada. Creo que se oye el latido de nuestros corazones en toda la sala, pero no importa porque ya todos saben que somos españoles. Nuestra mente calenturienta ha sido descubierta. Miro a mi izquierda y veo unos ojos fijos que brillan hacia el infinito, miro a mi derecha y sus ojos parece que están llorando. Doy con mi brazo izquierdo a uno, doy con mi brazo derecho al otro. ¡Pestañear es de cobardes!

La cama, la butaca, la mesa o una silla donde está Silvia se convierte en un oasis. Avanzamos gateando hacia ella y sus pechos afilan nuestras miradas. Somos un racimo de dedos multiplicados. Una inflamada lascivia segrega el momento irracional del deseo que queremos infinitamente prolongado. Volvemos a viajar por sus laderas y nuestras lenguas se agitan por la superficie de sus corolas que terminan durmiéndose en los pezones regalados que nos hacen levitar. Regalo de la fantasía en un desgobierno planetario en este más que tardío descubrimiento. En España, alguien nos ha contando un cuento. 

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Monago: el hombre orquesta



Monago ha decidido remangarse a las puertas de las elecciones autonómicas, después de tres años de estar sesteando. Se ha convertido en el hombre orquesta del PP de Extremadura. Parece que ha renunciado a ser un verso suelto y tras su opción fallida con su amiga Cospedal, ha optado por disciplinarse con Pablo Casado en su versión VOX. Puede que para cubrir el flanco de Morales, el facha, o del Caudillo del Guadiana. Gracias a Monago, Extremadura fue la primera comunidad en tener un diputado VOX en un parlamento. 

A este Barón Rojo nos lo han cambiado. Sin palmeros, sin voceros y plumillas subvencionados con dinero público, sin Iván Redondo se nos ha metamorfoseado en hombre orquesta con megáfono en mano para hacer méritos de cara al senado en 2019. Y se ha traido a Extremadura a Pablo Casado para anunciarnos que subir impuestos a las rentas de más de 150.000 euros es insolidario.  

Su último esperpento del verano ha sido desmarcarse del acto de homenaje a las víctimas del terrorismo etarra en la asamblea extremeña. Su justificación es una supuesta política de acercamiento de los presos etarras a Euskadi. ¡Haciendo amigos! O toma el megáfono para sentenciar que los 98.647 personas en paro del mes de agosto son "malos de solemnidad", cuando con él, en el mismo mes de 2013, Extremadura alcanzó los 144.333. También, exige que se audite los 30 millones invertidos en los últimos diez años con la erradicación del camalote en el río Guadiana. ¿También en sus años de Gobex?. ¿Ahora se acuerda del Camalote con su alcalde Fragoso?. Y lo de los ventiladores en el hospital de Cáceres ya ha sido épico. Él, que cerró 21 centros de Urgencia Rural. 

Nos anuncia el cierre de Extremadura si cierra Almaraz pero se opuso a la construcción de una Refinería. Al parecer, la sanidad es una catástrofe cuando él fue el responsable de cierres de centros en el mundo rural. 

Preocupado con la alcaldía de Badajoz y Cáceres, y con el arreón de Ciudadanos, presintiendo que el poder es efímero, amenaza con un farol a los extremeños con exiliarse en Portugal si Vara obtiene mayoría absoluta. No caería esa breva. Habría colecta universal para pagarle el billete sin necesidad de utilizar el medio que él sabe. ¡Quiá, Monago!. Lo tuyo es el Senado, en el mejor de los casos.  
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