lunes, 10 de febrero de 2020

Breve delirio en Hervás




No acaba de torcerse esta repetida luz de un estío cansino, que te invita forzosamente a rular y a caminar por las calles sin el reto de un rumbo fijo. Sueño con el día en que se apague este calor picajoso, enfermizo, para encontrar cobijo plácido con una pluma en la mano y no sentir la pereza de ensoñarme con mis recuerdos. Y escribirlos, porque las tardes serán eternas y me sobrará el tiempo para preñarlos.

El gozo está cada día más cerca. La oscuridad de la tarde me irá arropando para envolver el ruido ocioso que no cesa de la iluminación de estos días prolongados que parecen no terminar. Comienzan aburridamente a repetirse, necesitando un otoño de colores que me adelante la primavera. 

Me escapo al pueblo más judío de estos lares para sumergirme en él. Tan solo es preciso separarme de la autovía de Salamanca y enfilarme hasta Hervás, imantado por la estela totémica de una montaña como el Pinajarro. Y allí, me sobra con un café cuando aún a la mañana le cuesta. Me siento en el Café “Mirador”, en el mismo sitio de querencia que se sentaba mi padre. En uno de esos normalizados delirios, sentado a mi lado, hablo con él y me cuenta alguno de sus divertidos chascarrillos, aunque no tarda en ponerme frente a mi espejo.
-¿Tuviste tiempo de conocer el valor de una factura, ahora que ya te has jubilado?.-
-Sí, papá. Y cómo tú me decías, de distinguir entre conocidos y amigos. De un día para otro, ya no hay niño que llevar a la guardería, ni mirar el reloj por llegar tarde al trabajo, ni temer por la llegada de una carta de despido, ni cuadrar agenda entre escuela, facultad y sindicato. La vida hipotecada está suficientemente pagada. No debo nada material a nadie, solo agradecimiento a los que me quisieron y me mostraron el camino para estar, ahora y aquí, hablando contigo, aunque sea una alucinación con terrenal licencia. Me dicen que cada vez me parezco más a ti, aunque debo de confesarte que al principio no me gustaba que me lo dijeran, pero ahora, cada vez más, soy tú. Tanto, que me gusta venir a sentarme donde tú lo hacías.
- Eso es porque te va llegando el otoño. Me asesinaste tantas veces que cuando me morí has tenido la necesidad de reconstruirme. Es una ley universal y no te lo tomé nunca en cuenta. Tenías que crecer, aunque fuese a la fuerza. Fueron tiempos difíciles donde había que salvar el día al día y su consecuencia siempre era el fuego amigo, pero no seamos quejicas. Las cicatrices en la biografía fueron necesarias para que conocieras el valor de una factura. Da muchos besos a tu mujer y al artista de mi nieto.
- Adiós, papá: volveré a verte en primavera, tomando café en tu guarida preferida.

Al salir de este fugaz delirio, recorro la calle de la Corredera hasta La Hospedería y me resguardo allí, al fin, de una tímida lluvia que por deseada es gratuita. En su claustro, venero el Rincón de Don Víctor Chamorro; con él comprendí a la Extremadura saqueada. Cuando le veía pasear por el pueblo, con la dignidad del que siempre fue y será, considerado un maestro, recuerdo la lectura reveladora de sus libros, cuando tempranamente me arropaba la inocencia y la sabiduría que solo da el tiempo.

Después, tomo la carretera de vuelta a Plasencia, pero antes me ensimismo con los ocres del castañar del Ambroz y entro en melancolía al divisar los raíles oxidados de un tren, el "Ruta de la Plata", tantos años desaparecido.

Comienza a arreciar el agua que me alegra por sus chorreras generosas. Un ejército de encinas parece que invadirá el camino de vuelta, mientras las vacas retintas con sus ternerinos se resguardan bajo los alcornocales. Y llegando a destino, veo como revienta la tierra en canchales, por donde habita el alma del bandolero Boquique. La niebla es el paraguas de mi bosque de encinas y alcornoques. A veces, qué gratis es la vida regalada. Y me sobra con un café y un breve delirio fraternal cuando se resiste la mañana.