lunes, 12 de abril de 2021

Cáceres, septiembre 1975




En los primeros días de septiembre llego a Cáceres a estudiar magisterio. En la entrada capitalina, el autobús me deja en la estación que hay frente a la gasolinera. Cerca de allí, al lado del cine Astorias, localizo el piso que hemos alquilado entre varios colegas. Es un tercero con una terraza prometedora para las tardes y, sobre todo, las noches de primavera. Ojeo las habitaciones y todo me parece maravilloso. No hay nadie aún y bajo a la plaza a otear el ambiente. Creo recordar que es la tercera vez que piso sus calles. Me siento en las escaleras que hay debajo del Arco de la Estrella, a la sombra de la torre Bujaco, y mientras como pipas, veo el paso de la gente, los corrillos de jóvenes, hombres y mujeres que nutren las terrazas de los bares. La plaza se presenta como una foto en sepia de lo que fenece y una refrescante postal de lo que parece que viene.  

Una hilera de estudiantes hace cola en el locutorio de telefónica, al lado del ayuntamiento. Se nota el paseo relajado de funcionarios con bigote, acompañados de sus parejas, sin abandonar la corbata, el traje y los zapatos castellanos. Algún cura con sotana y sombrero, como el de un picador, atraviesa la plaza con paso decidido, llevando en su mano un misal; posiblemente para ofrecer sus servicios en alguna extremaunción o rezar el rosario en alguna casa señorial. Pero lo que se hacen notar son las minifaldas ajustadas a la cintura, los pantalones acampanados, blusas estampadas de flores y colores gritando libertad, cabellos de largas enredaderas y bandoleras anchas al hombro fáciles para desenfundar. Jóvenes con pronunciadas barbas, con vaqueros o pantalones de pana, que huelen su final de carrera y pollinos despistados, como yo, viendo pasar el tiempo plaza arriba, plaza abajo.

En una de las columnas de los soportales observo un dibujo del “Generalísimo”, con pintura negra impreso en la región de granito,  que debe ser de los tiempos de posguerra, con la leyenda: “Franco Vive”. ¡Como si no lo supiéramos! ¡Espero que sea por poco tiempo! Absorto en el graffiti, imagino una vez más cómo será todo tras su muerte. Hace tiempo que me interpela una pregunta: ¿Cómo se hace la revolución? La revolución de la que llevamos hablando tanto tiempo para acabar con un país colapsado y antiguo. Seguro que distribuir la tierra para el que la trabaja no será fácil. Los patrones cuando se les diga que tienen que distribuir los beneficios, dirán que una leche. Y lo de nacionalizar la banca debe ser complicado de cojones... Si hace algunos meses, el célebre Cabo Píriz hizo retirar del escaparate de la librería Figueroa una lámina de la Maja desnuda de Goya, me temo que fácil no va a ser. Me falta fantasía para armar una respuesta coherente. Tampoco tengo por qué tener yo todas las soluciones, ni los pasos que debe seguir una revolución bien hecha. Como dirían mis amigos “pecerolos”, en Cáceres no hay condiciones objetivas para hacerla. ¡Hay que crearlas! ¿Y cómo se crean?

El círculo de cáscaras que se amontonan a mi alrededor se hace más pronunciado por momentos mientras siento un respiro porque al menos la parálisis del año que ha transcurrido sin estudiar ha terminado. Trabajar con mi padre me ha abierto el campo focal. Al fin, he roto la soga que me ahogaba a la inercia melancólica de un cajón de sastre, aunque me ha servido para entender lo que me repetía mi viejo: "tú vas a conocer el valor de una factura". Lo mío no es el dedal, el carrete de hilo, pedalear con la máquina de coser, o la cinta métrica. Tampoco sé por qué voy a ser maestro, aunque tras leer Bajo las ruedas y Summerhill, siento una agradable sensación pensando que la escuela tiene que ser una herramienta de transformación social. De momento, hacerme maestro tiene la certeza de ser una carrera corta y esa es una premisa familiar para seguir estudiando. Entrada la noche, me entretengo viendo escaparates por la calle Pintores, enlazando hasta el Paseo de Cánovas y de allí al piso donde seguro que ya habrán llegado mis compañeros: Rafa, Cerro y Manolo. Abro la puerta y me los encuentro apiñados junto a una vieja radio, buscando la frecuencia de Radio Pirenaica o Radio Guanche Independiente. Habrá que irse enterando de cómo se crean las "condiciones objetivas" para la revolución.