viernes, 26 de marzo de 2021

El amor en "Llámame por tu nombre"

Llámame por tu nombre, es una novela escrita por André Aciman en 2007. El contexto temporal en el que se desarrolla es el verano de 1983, en una hermosa villa de un pueblo costero de Lombardía, donde pasa los veranos la familia del profesor Pearlman, su esposa Annella y su hijo adolescente, Elio; protagonista junto a otro joven, Oliver. La novela es una reflexión sobre el autodescubrimiento vital, las promesas de lealtad en la pasión amorosa y el peso de la realidad con el paso del tiempo. Conmueve por la inmensa honestidad en los sentimientos, impactante a la hora de retratar la fusión de cuerpos y almas entre dos hombres que, pese a disfrutar de un ambiente tolerante y progresista, albergan miedos internos respecto a su sexualidad.  Sensual en su candidez y desgarradora en su sutileza, es una mágica exploración del poder del amor y del desamor. 

La novela presenta una historia de enamoramiento entre Elio Perlman, un italiano de 17 años, con Oliver, un estadounidense de 24. Es una radiografía del embelesamiento de los sentidos.  Oliver es quien ejerce el dominio sobre la relación, en tanto objeto de deseo, pero también por el hecho de ser el más experimentado de los dos. En una prosa descriptiva, el autor a través de Elio rememora lo vivido con una mezcla de nostalgia y pesar, lo que sume toda la narración en pura melancolía.

Cada verano, el padre, un profesor de cultura grecorromana, invita durante seis semanas a un estudiante a trabajar con él y a quedarse con su familia. Este año es el turno de Oliver. En la casa del profesor, sus personajes pasan el tiempo leyendo, nadando en lagos y estanques, comiendo y discutiendo sobre temas relacionados con el arte y la música. Es una casa que utilizan en verano y navidad.  El paso del verano al invierno, puede significar la metáfora del  nacimiento y extinción del ciclo sentimental.  Elio convive en total armonía con sus padres.  Esta relación armoniosa con su padre da pie a una  escena preciosa tras su viaje de tres días a Roma para despedir a Oliver. La escena es significativa porque incide en los miedos que mantiene la pasión de Elio y la seguridad que le da el padre, con un brillante diálogo entre ellos sobre lo vivido y experimentado. 

Elio transcribe música clásica, toca el piano con un virtuosismo discreto y por las noches sale a bailar, mientras da rienda suelta a su inquietud sexual con su amiga y vecina Marzia . La estancia de Oliver es la que desatará el romance intempestivo en una transgresión de orden sentimental y búsqueda de impulsos satisfechos. No desafían valores sociales establecidos con su relación. En realidad, no hay un contexto punitivo que condicione el vínculo entre los dos amantes. En ningún momento se intuyen condenas sociales, y de hecho son varias las escenas donde los padres de Elio intercambian miradas cómplices que dan por sobreentendido el atractivo mutuo entre ambos personajes en una relación efímera, pero su disolución no se percibe en términos excesivamente dramáticos, sino como condición prácticamente ineludible de una primera aproximación hacia el amor.

En determinados momentos pretende retratar, en exceso, el virtuosismo de ése mundo burgués en el que se encuentra inmersa la familia. Puede que se de una repetición preciosista cargante sobre la música y  la literatura que poco aporta al objeto central de la novela, desde mi punto de vista. 

Todas las emociones que aparecen en el enamoramiento son retratados con acierto y me he permitido la licencia de escribir en negrita una palabra al inicio de cada una de las frases que me han resultado significativas en cada uno de los cuatro capítulos. El recreamiento, casi fotográfico, de los momentos en los que el amor nos lleva mágicamente a manifestarnos tan primitivos y a la vez tan inofensivamente humanos.

El uso de la primera persona nos identifica con el perspicaz protagonista desde el principio, agonizando con él, ante el juego del ratón y el gato al que parece jugar inconscientemente con Oliver, participando con él de las incertidumbres y descubrimiento del primer amor y calándote el estado de frustración de la cruda realidad.

El proceso de enamoramiento en "Llámame por tu nombre"

Capitulo 1: Si no es Luego, ¿Cuando?

· El enamoramiento: “O quizá comenzó en la playa. O en la cancha de tenis. O durante nuestro primer paseo juntos el primer día que estuvo aquí cuando me pidieron que le enseñase la casa y los alrededores y, una cosa llevó a la otra,… Reconozco el deseo cuando lo veo y así, sin embargo, esta vez, se me pasó por completo”.

· El juego: “Cuando terminé de presentar mi transcripción, me percaté de una intensa mirada que me llegaba por la izquierda. Me sentí emocionado y halagado; obviamente estaba interesado en mí, le gustaba. No había sido tan complicado al final. Pero cuando por fin, después de mi turno, me giré para examinarlo y ver su mirada, descubrí un semblante frío y helador; algo a la vez hostil y vitrificante que rozaba la crueldad.

· El miedo: “Hoy el dolor, las esperanzas, la excitación de lo novedoso, la promesa de tanta dicha rondando las puntas de los dedos, el deambular entre gente que podía llegar a malínterpretar pero que no quería perder y por lo tanto debía hacer constantes conjeturas, el ingenio desesperado que le brindo a todo el mundo que quiero y deseo que me quiera, las separaciones que intercalo entre el mundo y yo que no son sólo una, sino una serie de capas de puertas deslizables de papel de arroz, el impulso por codificar y descodificar lo que ni siquiera estuvo jamás en código. Todo esto comenzó el verano en el que Oliver llegó a nuestra casa

· La seducción: “Sabía perfectamente qué fragmento de la pieza le iba a conmover la primera vez que lo tocase y todas las demás veces que lo oyese. Se lo estaba enviando como un pequeño regalo pues en realidad iba dedicado a él, como señal de algo muy bonito en mí que no hacía falta ser un genio para reconocer y me impulsaba a imprimirle una cadencia prolongada. Sólo para él.

· La cara y la cruz: “Así que este es también él, me dije después de ver cómo se transformaba de hielo a luz del sol. Podía haberme preguntado asimismo si yo era igual de variable. PD: No estamos compuestos para un solo instrumento; ni yo, ni tú.

· El fuego: “Entonces llegó aquella tarde, un domingo de julio, en que nuestra casa se vació de repente y nosotros éramos los únicos que quedamos allí y el fuego me quemaba las entrañas, pues «fuego» era la primera palabra y la más simple que me vino a la mente en aquel preciso momento en que intenté darle sentido a todo ello en mi diario. Esperé y esperé en mi habitación inmóvil sobre la cama, en un estado de trance, lleno de temores y expectativas. No era una llama de pasión, ni un fogonazo de rabia, sino algo paralizante, como el fuego de una bomba de racimo que absorbe todo el oxígeno a su alrededor y te deja jadeando porque parece que te han dado una patada en tus partes y una aspiradora te ha succionado cualquier materia viva de tu interior y te ha secado la boca y esperas que nadie hable pues tú no puedes y rezas para que no te pidan que te muevas porque tu corazón se ha atascado en un latir tan rápido, que antes escupiría trozos de cristal que dejar que alguien circule por sus estrechos pasillos. Fuego como el miedo, como el pánico, como un minuto más así y me muero si no llama a mi puerta.

· El desenlace: “Así, la tarde en la que por fin entró en mi cuarto sin llamar, como si hubiese respondido a mis oraciones y me pregunto por qué no estaba con el resto de la gente en la playa y todo lo que pude pensar en decir, aunque no tuve las agallas de verbalizarlo. Para estar contigo, Oliver. Con o sin bañador. Para estar junto a ti en mi cama. En tu cama, que es la mía durante el resto. Hazme lo que quieras. Arrástrame. Sólo pregúntame si quiero y verás lo que respondo, pero no me dejes decir no.

· El desvanecimiento: “Éste fue el sentimiento que aquella noche también traslade a mi diario: lo denominé «el desvanecimiento». ¿Por qué me había desfallecido? ¿Y era tan fácil que ocurriese, tan sólo debía tocarme en algún punto para que me volviera discapacitado y perdiese toda voluntad? ¿Era esto a lo que la gente se refería cuando afirmaban derretirse como la mantequilla?

· Ni contigo, ni sin ti: “¿Quería que actuase? ¿O preferiría una vida repleta de anhelo siempre y cuando ambos mantuviésemos activa esta partida de ping-pong: no saberlo, no saber que lo sabe, no saber que sabe que lo sabe? Tan sólo calla, no digas nada, y si no puedes decir «sí», tampoco digas «no», di «luego». ¿Es ésta la razón por la que la gente dice «quizá» cuando quieren decir «sí», con la esperanza de que creas que es un «no» mientras que lo que en realidad significa es «por favor, pregúntamelo una vez más, y después otra vez»?

· Ensimismamiento: “Recuerdo aquel verano, y no puedo creer que, a pesar de todos y cada uno de mis esfuerzos por vivir con «el fuego» y «el desvanecimiento», la vida aun me ofreció grandes momentos. Italia. Verano. El sonido de las cigarras a primera hora de la mañana. Mi habitación. Su habitación. El balcón que dejaba fuera el resto del mundo.

· Los sentidos despiertos: “sentido La suave y perfumada brisa que ascendía por las escaleras desde el jardín hasta nuestra habitación. El verano en que aprendí a amar la pesca. Porque él lo hacía. Adorar el correr. Porque él lo adoraba. Idolatrar a los pulpos, a Heráclito, a Tristán. El verano en que escuchaba a los pájaros cantar, olía las plantas y sentía la humedad trepar por los pies en los días calurosos y, debido a que mis sentidos estaban siempre alerta, los notaba automáticamente dirigiéndose hacia él.

· El deseo: “Al igual que tampoco le interesó o se percató de las múltiples ocasiones en que mis ojos deambularon por su bañador en un intento por vislumbrar el contorno de la marca que nos convierte en hermanos hebreos en el desierto.

· Detener el tiempo: “Para mí aquellas tardes que pasábamos alrededor de la mesa de madera del jardín con el enorme parasol sombreando de forma imperfecta mis papeles, con el repiqueteo de los hielos en la limonada, el sonido no muy lejano de las olas besando las enormes rocas y de fondo, proveniente de alguna de las casas vecinas, una emisora de grandes éxitos repetidos una y otra vez de forma entrecortada y velada, todas estas cosas quedaron enmarcadas para siempre en aquellas mañanas en las que lo único que deseaba era que el tiempo se detuviese. Que el verano no terminase jamás, que él nunca se alejase, que la música repetida una y otra vez siguiese para siempre, pido muy poca cosa y juro que no exigiré nada más en la vida... Elevar la vista y encontrarte allí, Oliver. Muy pronto llegará el día en que mire y ya no estés más en tu lugar.

· Luego: “¡Luego! dejaba siempre un regusto áspero en lo que hasta entonces había sido un momento cálido e íntimo. ¡Luego! no cerraba las cosas de forma suave, ni daba pie a que se fuesen muriendo poco a poco. Procuraba un severo portazo. Pero ¡Luego! era también una forma de evitar decir adiós y facilitar todos los adioses. Se dice ¡Luego! sin dar a entender que es una despedida sino para decir que en breve estarás de vuelta.

· La incertidumbre: “Ignorar si se iba a personar en la cena era una tortura. Pero era soportable. El auténtico trauma consistía en no atreverme a preguntar si asistiría. Que se me saliese el corazón del pecho si por fin oía su voz o le veía sentado en su sitio cuando ya casi había perdido la esperanza de que aquella noche se encontrase entre nosotros, mostrándose de repente como una flor envenenada. Verle y creer que se iba a unir a nosotros para cenar y luego escuchar un Ecco tajante me enseñó que hay ciertos deseos que deben ser sujetados con alfileres como las alas de una radiante mariposa.

· La comprensión del padre: “Siempre puedes hablar conmigo. Yo también tuve tu edad, solía decir mi padre. Las cosas que sientes y crees que solamente las sientes tú, créeme, yo las he vivido y sufrido también y en más de una ocasión. Algunas aún no las he superado y otras las sigo ignorando como lo puedes hacer tú hoy y aun así conozco casi cada recodo, cada guarida, cada estancia del corazón humano.

· La agonía: “El vuelco que me daba el corazón cuando le veía de forma inesperada me horrorizaba y me excitaba a la vez. Tenía miedo cuando aparecía, miedo cuando no lo hacía, miedo cuando me miraba y más miedo aún cuando no lo hacía. Al final, la agonía me agotaba y durante las tórridas tardes simplemente me rendía y me echaba a dormir en el sofá del salón ... El miedo nunca se disipaba. Me despertaba con él y observaba cómo se tornaba en alegría cuando le oía ducharse por la mañana y sabía que desayunaría con nosotros, pero se truncaba cuando en lugar de tomar café, atravesaba rápido la casa y se ponía de inmediato a trabajar en el jardín. A mediodía, la agonía de la espera por oír si se dirigía a mí era más de lo que podía soportar.

· La posesión: “Jamás en mi vida había fisgoneado entre las pertenencias personales de nadie. Me acerqué el bañador al rostro, luego restregué la cara por su interior, como si estuviese intentando acurrucarme dentro y esconderme detrás de sus pliegues. Así que éste es el aroma que tiene cuando no va embadurnado de crema solar, así es como huele, así es como huele, me repetía una y otra vez mientras buscaba dentro del bañador algo aún más íntimo que su olor, para luego comenzar a besar cada recoveco, casi deseando encontrarme un pelo, algo, para chuparlo y poner la prenda entera en mi boca. Si pudiese robarlo, guardármelo para siempre, no dejar que Mafalda lo lavase nunca, volver a él durante los meses de invierno en casa y al olisquearlo hacer que él cobrase vida, desnudo a mi lado en aquel precioso instante.

Capítulo 2: El muro de Monet.

· La fusión: “ ¿Deseaba ser como él? ¿Anhelaba ser él? ¿O solamente quería tenerle? O tal vez los verbos «ser» y «tener» son totalmente inadecuados para esta rebuscada trama del deseo, en la que poseer el cuerpo de alguien para poder tocarlo y ser ese alguien al que ansiamos manosear son lo mismo, sencillamente son las dos orillas de un no que fluye de nosotros a ellos y de vuelta a nosotros

· Mostrándose: “Nunca se me ocurrió pensar que no sólo le había llevado allí para enseñarle mi pequeño mundo, sino para pedirle a mi pequeño mundo que le dejase entrar, para que así, el lugar en el que venía a estar solo durante las tardes de verano tuviese la oportunidad de conocerle, juzgarle, ver si me convenía, arroparle para que yo pudiera volver aquí y recordarle.  

· Reconociendo su llegada:  “Me esforcé por percibir sus pasos, desde el sonido de la suela sobre la gravilla hasta el enmudecido batir de sus alpargatas mientras subía por las escaleras que daban a nuestro balcón. Pero no entró nadie en casa.

· Su otro yo: “Marzia y yo habíamos hecho el amor en un lugar apartado de la playa, un lugar apodado El Acuario, en el que se aglutinaban de forma irremediable todos los condones de la noche

· La fusión: «Llámame por tu nombre y yo te llamaré a ti por el mío»

· La pulsión: “Me levanté y agarré uno de los melocotones, le hice un hueco a la mitad con ayuda de los pulgares, dejé el hueso sobre la mesita y con delicadeza acerqué el melocotón velloso y colorado a mi ingle para después comenzar a oprimirlo contra ella hasta que la fruta partida se deslizó por mi verga"

Capítulo 3: El síndrome de San Clemente

· La magia: “Encontraremos a Cupido en todos los lugares de Roma pues cortamos una de sus alas para forzarle a volar en círculos.

· La libertad: “Ibamos a estar juntos y solos durante tres días, no conocíamos a nadie en la ciudad, yo podía ser cualquiera, decir lo que quisiese, hacer lo que me apeteciese

· El aprendizaje de la vida: “¿Por qué me iba a ir a Estados Unidos dentro de un año si podía pasar los cuatro años enteros asistiendo a lecturas como ésta y sentándome y charlando como estaban haciendo ahora todos? Había mucho más que aprender en aquella pequeña librería atestada que en cualquiera de las grandiosas instituciones al otro lado del charco

· El tiempo se acaba: “Roma era la última fiesta antes de que el colegio y el viaje nos separaran, sólo una manera de procrastinar y alargar la marcha más allá de la hora del cierre. Tal vez, sin pensarlo, nos habíamos cogido más que unas simples minivacaciones; estábamos fugándonos juntos, pero con un billete de vuelta a dos destinos distintos.

· Un mismo idioma: “me gustase o no, en lo que se refiere a los sentidos, todos los humanos hablan el mismo idioma animal.

· Heráclito: “Como el subconsciente, como el amor, o la memoria o el propio tiempo, como cada uno de nosotros, la basílica está creada a partir de las ruinas de las sucesivas restauraciones, no hay ninguna piedra base, no hay ni primero, ni último, sólo capas y pasadizos secretos y cámaras que se conectan, como en las catacumbas cristianas y en algún lugar también las catacumbas judías… Cómo avanzamos en el tiempo, cómo el tiempo avanza sobre nosotros, cómo cambiamos y cambiamos y volvemos a lo mismo. Puede que incluso se envejeciese y sólo se aprendiese esto. Nada más.

Capítulo 4: Lugares fantasmas:

· La anticipación: “Como los soldados entrenados para luchar de noche, vivía en la oscuridad con el fin de no quedarme ciego cuando anocheciese. Piensa en el dolor antes del dolor.  

· La pérdida: “Lo perdiste, como siempre supiste que iba a ocurrir, incluso estabas preparado para ello; pero no puedes soportar vivir con ese quebranto.

· El duelo: “Aquella tarde me quedé mirando al mar y por un instante se me olvidó que él ya no estaba allí, que no tenía sentido darse la vuelta y mirar al balcón, donde su imagen no se había desvanecido del todo.

· El acompañamiento del padre: “Tuvisteis una amistad preciosa. Quizá algo más que una simple amistad. Y te envidio. En mi situación, la mayoría de los padres tendrían la esperanza de que todo se disipase o rezarían para que su hijo pusiese los pies en la tierra cuanto antes. Pero yo no soy uno de esos padres. En tu situación, si hay sufrimiento, domínalo, y si queda alguna llama, no la apagues, no seas cruel. La ausencia puede ser algo terrible si nos mantiene despiertos toda la noche y ver cómo alguien nos olvida antes de lo que hubiésemos deseado no ayuda. Nos desprendemos de tantas cosas propias para poder curarnos lo más rápido posible que a la edad de treinta ya estamos en bancarrota y cada vez tenemos menos que ofrecer cuando empezamos una nueva relación con alguien. Sin embargo, no sentir nada por miedo a sentir algo es un desperdicio… La forma de vivir tu vida es cosa tuya. Pero recuerda, nuestros corazones y nuestros cuerpos sólo nos los entregan una vez. La mayoría no podemos evitar vivir como si tuviésemos dos vidas, una es la maqueta a escala y la otra es la versión final y luego están todas las adaptaciones intermedias. Pero sólo hay una, y antes de que te des cuenta, tienes el corazón gastado y en lo que respecta a tu cuerpo, hay un punto en el que nadie se fija en él, y mucho menos quiere acercarse a él. Ahora sientes pena. No envidio ese dolor. Pero sí envidio que puedas sentirlo ahora. Respiró hondo

· La sustitución: “Oliver, quien durante tanto tiempo parecía haber sido la piedra angular de mi vida, poco a poco fue obteniendo sucesores que o bien le eclipsaban o le reducían a una simple referencia a pie de página, a una mísera bifurcación en el camino, al diminuto e inhóspito.

· Parte del puzzle: “No podrán deshacerlo, ni desescribirlo, ni desvivirlo o volver a vivir, simplemente está ahí incrustado, como la imagen estática de las luciérnagas sobre un campo estival al atardecer que parecen decir una y otra vez Podía haber sido así. Pero volver atrás es falso. Pasar página es falso. Mirar hacia otro lado es falso. Intentar reparar todo lo que es falso resulta ser igualmente falso.

· El amor siempre es envidiado: “—Dios, cómo nos envidiaban desde el otro lado de la mesa durante la cena de la primera noche en Roma —dijo—. Nos miraban el joven, el viejo, el hombre, la mujer, todos y cada uno de los que estaban a la mesa nos observaban boquiabiertos porque éramos muy felices.

· La permanencia: “Se me ocurrió preguntarle si había leído una novela de Thomas Hardy titulada La bien amada. No la había leído. Es sobre un hombre que se enamora de una mujer que, años después de abandonarle, muere. Él visita su casa y acaba conociendo a su hija, de la que se queda prendado, y tras perderla también, muchos años más tarde, se encuentra con su descendiente, de la que se encapricha. —¿Estas cosas se acaban muriendo por sí solas o algunas necesitan de varias generaciones y vidas para resolverse?

· Al otro lado: “Durante las semanas que habíamos estado juntos aquel verano, nuestras vidas casi no se habían tocado, pero habían cruzado a la otra orilla, donde el tiempo se detiene y el cielo llega a tocar el suelo y nos entrega un muestrario de lo que nos pertenecía de forma divina desde que nacimos. Y esto sólo se consigue una vez.

· En busca del tiempo perdido: “Sin embargo, había otra parte de mí que quería hacerle entender que no tenía sentido intentar recuperar el tiempo perdido pues habíamos viajado, habíamos experimentado demasiado sin el otro como para seguir teniendo muchas cosas en común. Quizá quería que sintiese la punzada de la pérdida y la congoja.

· Llámame por tu nombre: “Si te acuerdas de todo, quise decirle, y de verdad eres como yo, entonces antes de que te vayas mañana, o cuando estés a punto de cerrar la puerta del taxi, te hayas despedido de todos los demás y no quede nada que decir en esta vida, entonces y sólo entonces, vuélvete hacia mí, aunque sea en broma o como una última ocurrencia que hubiese significado todo para mí cuando estábamos juntos y, al igual que hiciste en aquel entonces, mírame a la cara, aguántame la mirada y llámame por tu nombre.