martes, 18 de marzo de 2014

Monago vapea aros de humo






En mi niñez, siempre se me quedaba la boca abierta cuando algún adolescente, haciéndose el hombrecito valiente, se marcaba un vacile, con un cigarrillo encendido, fabricando aros de humo. Aros de humo repetidos, de los que nunca te cansabas de mirar.

Había que deformar previamente la cara, poniendo cara de besugo, jugar con la candidez de un espectador de edad temprana y  pavoneárse ante la parroquia. Luego vino la decepción al descubrir que había truco. 

Bastaba con inhalar el humo sin tragárselo, taponarlo con la lengua y desplazarlo con un movimiento hacia el exterior de la boca, teniendo en cuenta que a mayor tamaño del circulo formado con los labios, mayor tamaño del aro expulsado, diluyéndose efímeramente la magia en un instante.

La personalidad de Monago me sugiere a ese vapeador, que se engaña y engaña con un cigarro electrónico, de aros de entelequias, obligado a deformar mecánicamente su cara para proceder al truco facilón mientras se hace poblar de espectadores, y que juega con la candidez de otros que necesitan ser engañados. 

Como el clásico trilero, cuenta con la ventaja de la ingenua feligresía, del coro de la mediática subvencionadamente disciplinada que azuza el estímulo de aros de humo efímeros, que para evitar la desaparición del sueño o el descubrimiento del truco, se ve obligado a vapear compulsivamente, con un cigarro que no es cigarro, aunque para muchos esa repetición infantil de pirotecnia barata genere asco y hastío.

Es su paisaje de tramposos cubiletes que, por muy sabidos, siempre engaña al que se deja engañar, ayudado por "compañeros de viaje" que te despistan, bajando tus defensas, para que el vapeador pueda darte el cambiazo. Trilero que viene de thiller, de miedo. Acompaña una música carente de letra, pero que crea imaginarios pero inexistentes escenarios. Aros de humo.



  

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