miércoles, 26 de enero de 2022

La subversión de los necios

 


Tomo café en un bar de Plasencia y me lo sirve un camarero con una mascarilla con la bandera española. Junto al desayuno me está trasfiriendo cómo siente y en qué colores. Yo no la llevo y no sé si cuestionarme mi grado de españolidad, pero también soy español. Cuando salgo fuera de España, me presento como tal, intentando dar la mejor imagen de mi país, sin intimidar con ninguna bandera a nadie. También lo haría de ser polaco.  Me pregunto si el camarero tiene un contrato, si cotiza por las horas reales de trabajo, si su salario es el que marca su convenio…

 Me viene a la memoria la Trilogía Berlinesa de Philip Kerr que leo con adictiva compulsión y que recomiendo. En “Violetas de Marzo”, crónica novelada de la Alemania que llega a sus Olimpiadas de 1936, todo comienza a ser una farsa en una patria ficticia donde proclamarse alemán tiene la intencionalidad, aparentemente oculta, de  excluir al diferente o de no ser excluido. En las tarjetas de presentación de propietarios, ciudadanos o prostitutos con pedigrí, figura un nombre, seguido de la palabra “alemán”. Como si llamarse  Frank Schneider o Ada Müller, en aquel Berlín, necesitasen la redundancia de afirmar tu conocida nacionalidad. Hay que marcar obtensiblemente  la diferencia para justificar “La noche de los cristales rotos”. 

El relato requiere coherencia; primero hay que limitar la identidad propia y luego criminalizar las contrarias con un ruido mediático e institucional ensordecedor, sobre cualquiera que pueda provocarme contradicciones inconvenientes. Ruido, permanente ruido, hasta que en frente no quede nadie por cansancio. Ni oxigeno social posible, ni espacios colectivos, ni voluntad de resistencia, ni instituciones para la defensa de la pluralidad de una nación.

En ese ruido, identifico elecciones autonómicas anticipadas en tiempo de pandemia, jueces caducados tumbando un anteproyecto de vivienda, políticos con terneros en los brazos mientras nos quieren vender vaca hormonada, camada independentista abominando de la nueva reforma laboral mientras dieron sus votos a la de Rajoy, de 2012, centristas descentrados que gritan la palabra  “traidor”, mientras siguen trabajado para el “ingles”, o para la ultraderecha. Ruido, demasiado ruido porque es necesario para todos ellos, ocultar espurios intereses. 

Entre los últimos ruidos destaco la traslación a Extremadura de las mociones que presentará el PP en los Ayuntamientos, solicitando la dimisión del ministro Garzón, por su opinión sobre las macrogranjas. ¿Aquí, en Extremadura? ¿Un territorio que destaca por su ganadería extensiva? Pasará lo mismo que con la recogida de firmas contra los indultos. El otro asunto tiene que ver con Ayuso. Su comunidad es la tercera comunidad que más fondos europeos ha recibido, judicializando un reparto de 9 millones a territorio, entre ellos Extremadura, para realizar programas experimentales de empleo.  A la vez, acusa al Gobierno de beneficiar a comunidades socialistas, mientras Monago acusa al Presidente G.F. Vara de ser “ninguneado” por el Presidente P. Sánchez. ¡Un poco de nivel, please!

En esta subversión de los necios, los hijos de los de entonces, repiten consignas para idiotas como aquellas de “Franco SÍ, Comunismo NO”,  solo que ahora han cambiado al dictador por una vaca. Si creíamos que esto iba a ser fácil, eramos unos ingenuos. Desde aquel “Viva las cadenas”, España no se cansa de rascar unos metros de modernidad y justicia, aunque sea poco a poco, a pesar de una amplia banda organizada de gamberros institucionales y mediáticos.

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