domingo, 16 de diciembre de 2018

Buscando empleo. Badalona,1979.



A mis compañeras: Alberto, Dolors, Fátima, Jesús, Maruja, Paz, Mª Jesús, Mª Luisa, Montse, Pilar,  Rosa, Tino. A mi directora de "Escoles Betsaida", Maria Mateu. Y a los que vinieron después. Aún seguimos compartiendo y reconociéndonos. 

Comienza el segundo año de vértigo en el paro. Hay que ir anticipando por dónde organizaré en septiembre la gira para la búsqueda de trabajo. Y todo apunta a Barcelona. 

Con doce mil pesetas que he conseguido con las clases particulares de aquel verano, inicio el viaje a la capital catalana. Me acompaña una dirección en Badalona, una soledad atenuada por mi edad y un miedo que es superado por la asfixia que me provoca mi pueblo. En Plasencia, se han acabado los espacios amigos porque casi todos marcharon. Ya es notoria la crisis del petróleo, arrastrada desde mil novecientos setenta y tres, y se evidencia, con precisión, en estos momentos. ¡Malos tiempos!

Mi madre me regala una bolsa de viaje y la llena de ropa. "La muda que nunca falte, hijo". Unos bocadillos y algún libro que no recuerdo. En Madrid, subo al tren que sale por la noche de Chamartín para Barcelona, y experimento un triunfo parcial al sentir que se pone en movimiento. El vagón tiene la calidez de la madera que sostiene fotografías enmarcadas de trenes y estaciones. Una auténtica pieza art-decó. Las redecillas se extienden por sus paredes, sobre las que depositar bolsas con comida para el viaje o algún periódico para la ocasión, que coronan confortables asientos de tonalidad carmelita claro. De tanto en tanto, el revisor abre la puerta del compartimento, enciende la luz y reclama el billete a un nuevo viajero.

En el compartimento que me toca, concilio con emigrantes que vuelven a su trabajo tras las vacaciones de verano. Cuando se apaga la luz de nuestro vagón; viene el sueño de aquella compaña, animado por el traqueteo del tren. A mí, aún me queda excitación para no dormir y seguir soñando la sintonía de una canción de Manolo Escobar en la voz de Serrat: “Que bonita es Badalona”. ¡A su encuentro voy!

Bajo en Paseo de Gracia por indicación del revisor. Cuando salgo al exterior soy consciente de que he llegado a un océano urbano. Pregunto cómo ir a Badalona y me indican el autobús más cercano. Al subir, pido un billete y doy los buenos días al conductor y a todo el pasaje. Con inmediatez, intuyo que todos han entrado en conmoción; el conductor levanta los ojos del cajetín de billetes y me mira con displicencia, sin abrir la boca, volviendo a bajar su mirada a sus asuntos y dándome el cambio. El resto de la parroquia, como si fuera una orquesta acoplada, con sus ojos y al unísono, se detiene fijamente en mí preguntándose sobre el planeta del que he caído. Solo entonces, entiendo una definición sobre inteligencia que viene a decir que es la capacidad de adaptarse al medio. Debo ser más selectivo con mis salutaciones sin que por ello comience a ser un grosero. Esto ya no es el pueblo.

Comienza la búsqueda de una escuela que tenga alguna vacante. Cada día, desde el barrio de la Salud de Badalona, organizo la expedición con más brújula en mano que un mapa de la ciudad y buen calzado para andar. Cuando me pierdo, pregunto a la gente del barrio. Badalona, al ser una localidad de emigrantes ha tenido que improvisar escuelas privadas; muchas de ellas en inmuebles que puede parecer cualquier cosa menos una escuela.

Pasan los días y muere la segunda semana. Diez, treinta, cincuenta escuelas pateadas. La suerte no acompaña. Estoy pensando en una alternativa. En Nicaragua se ha abierto un proceso revolucionario y se ha intensificado en julio de este año entrando las columnas sandinistas en Managua. Una de las prioridades del reciente gobierno del Frente Sandinista es reducir drásticamente los niveles de analfabetismo situado en un cincuenta por ciento de la población. Tengo contactos que reclaman la necesidad urgente de maestros voluntarios para formar unas guerrillas docentes para su revolución. Me pagan el viaje y la manutención. Un reto atractivo, una experiencia vital inigualable y me ahorro el coste de volver a la casa de mis padres, de nuevo, como un soldado tullido en sus extremidades, incapacitado para volver a nuevas guerras.

Es viernes y en unos días comienza el curso y las plazas estarán cubiertas. Se agotan las posibilidades. El reloj marca las dos de la tarde y estoy en el cruce de San Adrián de Besos, Santa Coloma y Badalona. ¡Está visto! Busco una parada de autobuses para volver al piso donde me han dado cuartelillo durante estos quince días. La espera del transporte se alarga y tengo tiempo para conversar con otro viajero al que le comento que voy buscando escuelas privadas. Me indica que a menos de cien metros tengo una escuela llamada Betsaida. Me animo a realizar el último intento. Al llegar allí, el silencio del inmueble me hace dudar pero acabo llamando a una puerta. Me recibe una mujer que pasa de los cuarenta años a la que le explico el objeto de mi visita.
--¿Puedes esperar un momento? Estoy atendiendo a una familia. Termino y hablamos. 

Mi espera transcurre sentado sobre un banco de madera ordenando las ideas que considero de interés en las que debo centrar los mensajes. Pasan unos minutos, se abre una puerta y la directora del centro me invita a pasar a su despacho.
--Siéntate, por favor y cuéntame. Yo soy María, la directora del centro.
--Le agradezco su atención. Me llamo Miguel, soy maestro y busco un puesto de trabajo. Este es el segundo año que busco empleo y estoy deseando trabajar en la enseñanza.
--¿Imagino que no tienes experiencia, claro?
--Sí, pero tengo mucha ilusión por trabajar. Mi experiencia se limita a clases particulares de recuperación en barriadas, además de las prácticas obligatorias en la carrera.
--Todos hemos comenzado alguna vez, ¿verdad? ¿Y tú cómo entiendes el concepto de disciplina dentro de una clase?  -Ha entrado por derecho. Me la jugaba en la contestación y yo me preguntaba cuál era la línea pedagógica del centro para adaptar una respuesta. No podía pasarme de frenada y una frase me vino a la cabeza como síntesis-.
--Mano de hierro con guante de terciopelo. -Incidí sobre la necesidad de establecer límites y ofrecer patrones de referencia al alumnado pero en ningún caso basado en la irracionalidad. Sin duda era la mejor manera de no pillarme los dedos-.
--¿Y qué referencias pedagógicas tienes tú? ¿Cómo organizarías una clase?  -Sus preguntas me van dando seguridad pero aumenta la dificultad de salir vivo. Hay que mojarse y mostrar el autorretrato. A mí, tampoco, me serviría cualquier escuela.-   
--Soy partidario de todos los pedagogos que defienden la escuela moderna. Hay que partir de los centros de interés del alumnado. –Justificaba con seguridad cada uno de mis argumentos y estaba convencido que ella valoraba mi apasionamiento cuando le decía que la escuela puede cambiar el mundo.-
--Miguel, te pongo un ejemplo práctico y me dices cómo actuarías. Tienes un alumno al que le preguntas algo y titubeando te dice “lo tengo en la punta de la lengua”. ¿Qué haces tú? 
--Un maestro nunca puede inducir al error. La respuesta es hacerle pasar el mal trago, facilitando el principio de la respuesta hasta que él la conteste.
--Bien, Miguel. ¿Puedes venir el lunes que viene? Comenzamos el curso. Tendrás la tutoría de un quinto de E.G.B. Te hago un contrato en práctica con un periodo de prueba de tres meses, según determina el convenio. Si todo va bien, acabarías el curso. Y si lo acordamos, en ese momento, haríamos un contrato indefinido
--Muchas gracias, María. No voy a decepcionar. ¿Podría pasarme la programación del curso para verla este fin de semana?
--Sí, pero quiero que rompas la rutina de un programa y que explores metodologías en la línea que me has planteado.

Salgo de la escuela flotando sobre una nube. Me pellizco para comprobar si es la visión de un sueño tantas veces soñado. Me dirijo a la misma parada del autobús donde hace una hora estaba anticipando decisiones, con un estado de ánimo quebradizo y asustado. ¡Qué bonita es Badalona! Pienso si ha sido azar, suerte o la pulsión del último intento que a veces te da una sorpresa. ¿Qué más da? Estoy donde quería estar. Por lo que he luchado durante un año de viajes, llamadas a puertas, decepciones. Vagabundeando sin otro criterio que estar despierto.

Luego vinieron ellos, decenas de nombres por clase: Enrique, Laura, Ropero, Morillo, Marina, Jou, Alba, Rosi, Joan, Miquel, Xavi, Jordi, Joaquín, Albert, Tony, Javier,  Ramón, Gloria, Sergio, ... y fue una explosión de vida. 


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