domingo, 6 de marzo de 2016

Mi suegra Pepa, sigue tejiendo la vida




Nacida en Olivenza, mi suegra Pepa, tiene ochenta y siete años. Siempre la he admirado. Con catorce años y siendo huérfana, marchó a Madrid a "servir" para abrigarse del permanente invierno que le propiciaba los coletazos de una desatada guerra y una tierra de hambruna. Me cuenta muchas veces que su padre, representante en la "casa del pueblo" y salvado por los pelos, aficionado a los toros, tras la guerra civil, por pena, ya no volvió a asistir a ningún festejo.

"Pepita", como le llamaban las "señoras" para las que cosía, tenía una destreza innata con la aguja, el dedal y el hilo y pronto se hizo valer por su trabajo. Los domingos, paseaba por la Gran Vía, viendo a la gente salir de los cines. De allí dio un salto a Barcelona porque allí ataban los perros con fuet, además de con longanizas. Tenía buenas manos y dispuestas, que marcaban la diferencia. La "señora" de la casa para la que cosía pronto corrió las voces de que tenía una joya de costurera y rápidamente se repartió a lo largo de la semana por las casas de aquella burguesía catalana de los sesenta y setenta. ¡Cuantas cosas me ha contado, de aquellas "señoras"; amigas de Marta Ferrusola, de la madre de Lluis Llach o de la familia Mercader, famosa por el piolet que uno de ellos clavó en la cabeza de Trosky!. Por todas fue reconocida, aunque alguna de las "señora" para piropearla, le decía: "Pepita, Vd. sería perfecta si hablase en catalán".

Solo volvió a su Olivenza natal, muchos años más tarde, cuando yo conocí a su hija, después de más de treinta años de haber dejado su infancia. Siempre que vamos a su pueblo, el libro de historia de sus recuerdos se abre, y la nostalgia se baña de melancolía y de lágrimas, para seguir tejiendo la vida.

Pepa, mi suegra; mujer a la que admiro por digna emigrante, por "portumeña", por ser una auténtica socialista sin carné, por su concepto del trabajo y del esfuerzo, por su disciplina prusiana y porque es de esas escasas personas que disfruta dando lo que tiene, hace un par de semanas, en su casa, se rompió la cadera y se cayó. Eran las doce de la noche y arrastrándose por el suelo consiguió alcanzar el teléfono pero decidió llamarnos a las ocho del día siguiente porque nos dijo: "que a esa hora, ya estaríamos dormidos". Mi mujer y yo acudíamos como una bala; entramos en su casa y oímos su voz en el comedor. Estaba tendida en el suelo cosiendo un encargo para no dejarlo a medias. Toda la noche en el suelo y cosiendo. ¡Que pena no haberla hecho una foto con el móvil -me pareció improcedente- , pero sirvió para desdramatizar el accidente¡.  Unas buenas risas nos hemos regalado con lo dicho.

Ha sido operada dos veces en unos días y hoy, afortunadamente, ya apoya el pie en el suelo. Ya nos ha puesto tareas; los arreglos de aguja e hilo de la familia y de los vecinos van a continuar. Dice que puede coser con la maquina con un solo pie. Dispuesta a seguir tejiendo la vida. En estos días de celebración del 8 de marzo, aprovecho para mostrarle un debido homenaje. Auténtica lección de lucha y trabajo, de una mujer trabajadora que ha celebrado como tal, cada uno de los días vividos. Y cuenta que con conciencia de clase, porque ella nunca olvida de donde viene. ¡Qué clase¡

1 comentario:

  1. Enhorabuena. Tu escrito huele a pan caliente, a agua fresca y a humanidad

    ResponderEliminar