sábado, 19 de diciembre de 2015

Cuán exquisita es la pureza


Cuán exquisita es la pureza para poder situarte en el terreno imposible, aunque soñado, de la inocencia y así no dañar los efectos colaterales de una decisión que, en cadena, puede reactivar otras cientos con imprevisibles resultados. Si fuéramos tan solo una reacción química, tangible, exacta y de absoluta definición..., pero la vida es una elección en un caos de opciones desordenadas de las que no podemos ver sus escondidos flecos afilados.

La geografía que divisan los puros, siempre al otro lado de la realidad incendiada, hace posible que puedan persistir, ensimismados, en un permanente deshoje de margaritas, o eviten marchitarse los efectos de una respuesta, porque aún permanecen haciéndose las preguntas en un estado de levitación en permanente retroalimentación.

Cualquier decisión podría mancharles y conducirles a los espacios turbulentos de todo lo humano, donde la mayoría de las veces la toma de decisiones cotidiana debe bregar con la escasez, encallada en la costa por la quietud de los vientos, jugándoles una mala pasada. Tenga usted claro que ellos han alcanzado la atalaya de la equidistancia.

Cuán exquisita, ligera, serena pero estéril e inútil es la pureza. Los espíritus puros, persistentemente, divagan por la vida preguntándose, en el mejor de los casos, por qué deberían ellos tomar partido hasta mancharse, mientras la muerte está acechando a los otros, puede que pendiendo de un hilo por su indiferencia. Mueren puros sin darse una respuesta, sin equívocos, sin tachadura alguna. Tan prescindibles como una copa de arena en el desierto. Solo algunas veces, traspasan su inmaculada zona de confort y esbozan una ligera pelea contra su sombra. La palabra "santo" viene del griego "ayioç", que significa "separado", ya nos anuncia que si traspasas la línea elevada del cielo cuando se divisa en el horizonte, ya estás irreversiblemente infectado. Pero qué estéril e inútil es la pureza de los irreductibles a ser contaminados.  


Inevitablemente, terminan llegando con el azote del aire, y a pesar del paso del tiempo, todos vuestros rostros, con vuestras risas y miedos, con vuestra envidiable juventud cuando me hablabais de una misión y yo de un compromiso. ¿Cómo arrepentirse de haberos conocido, aunque decepcionados, sintiéramos ya no querernos? Seguro que habrá más misiones pero ninguna como aquella: colectiva, romántica y transformadora, aunque con ella perdimos la inocencia de tanto chocar con la realidad. Pero mereció más que la pena. El tiempo nos devolverá la cordura y puede que el afecto. Reconocerse, nos puede salvar de aquella inevitable derrota.







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