¿El pueblo salva al pueblo? Solo cuando está organizado a través de su sociedad civil comprometida con el Estado. ¿Cuántas veces hemos pronunciado alguna frase que amplifica un estado de ánimo individual o colectivo que sirve como aldabonazo para sentir la pertenencia, la exaltación de un momento que consideramos único...?
Es una preciosa frase para un contexto emocional que puede activarte como catalizador para el desempeño de una acción concreta. Entiendo que es muy fácil de ser asimilada en el marco de la catástrofe de Valencia pero que manifiesta sus grietas si racionalizamos esa misma frase y sus consecuencias cuando optamos, como pueblo, por una opción política que niega el cambio climático.
Los votos negacionistas en la Comunidad de Valencia posibilitaron un gobierno que eliminó una herramienta de lucha contra los desastres, que según su presidente era un “chiringuito”, siendo nombrado por el President Mazón como director general, el mismo día de la Dana, un experto en “festejos taurinos”. Un puesto que estaba vacante desde la salida de VOX del Gobierno valenciano desde hacía unos meses. Cuando no hay cadena de mandos, cuando se improvisan decisiones, el resultado final está escrito.
El curriculum oculto de “el pueblo salva al pueblo” es denostar las instituciones y hay opciones políticas que están jugando, peligrosamente, desde hace mucho tiempo con ese argumento. Seguro que las decisiones del pueblo, cuando no es invocado con ese lirismo trascendente y poético, salven al pueblo, pero Valencia no es el caso. Huyamos de las soflamas populistas que nos llevan a juzgar vehementemente sin hacer un proceso de pensamiento crítico. Entiendo que en una desgracia haya pronunciamiento de brocha gorda pero no nos dejemos llevar por simplificaciones intencionadas, que solo pretenden derribar un gobierno, debilitar un estado o cambiar las reglas del juego democrático.
Los mismos que hoy reclaman el Estado de Alarma y que demandaban que Pedro Sánchez asumiera el mando único son los mismos que en la pandemia, cuando éste tomó esa decisión, no perdieron el tiempo en llevarlo al Tribunal Constitucional donde se dictó sentencia a favor de los demandantes porque era una competencia autonómica. Seguro que habrá que modificar protocolos, normativa y aptitudes.
Los cuñados que hoy, frívolamente, definen a España como un “estado fallido” más vale que su indignación la expresaran con análisis más ajustados a la cronología de este suceso. La Dana estaba anunciada pero la previsión y las consecuencias de la misma es donde debemos situarnos. Si los avisos se hubieran producido en su momento, muchas muertes podrían haberse evitado. La Diputación de Valencia envió a sus trabajadores a sus casas seis horas antes de la Dana y con esa decisión la institución salvó a su pueblo. No hace mucho hemos visto a “liberales” de medio pelo pronunciarse como una intromisión del estado en la vida de las personas cuando recibían un mensaje de emergencia en su móvil.
No se trata de estado fallido, se trata de un estado que algunos quieren que falle. No puede ser un estado fallido porque ya piensa en soluciones sanitarias, recuperación de infraestructuras, indemnizaciones, o herramientas como los Ertes. Seguro que son insuficientes pero el axioma de “El pueblo salva al pueblo” solo se cumple cuando pagamos nuestros impuestos, fortaleciendo herramientas públicas que nos protegen individual y colectivamente frente al individualismo de populismos baratos. No nos engañemos. El pueblo es diverso; épico y mediocre, valiente y cobarde, capaz de montar una cadena de solidaridad o de aprovechar una desgracia para el saqueo.
No, quién salva al pueblo son las instituciones cuando son democráticas y las hacemos fuertes; los buenos políticos cuando anticipan, planifican, dan soluciones y piensan en lo público; los ciudadanos cuando no miramos a otro lado... Cuando todos hacemos un Estado fuerte que es el pueblo organizado, eso es lo que nos salva.
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