jueves, 20 de octubre de 2022

Antes de Modelo 77

 


Este artículo no va de cine. Antes de que la COPEL, la Coordinadora de Presos en Lucha, iniciara sus revueltas en las cárceles de España, estas guardaban cientos de historias dramáticas que creo necesario recordar. Alguien dijo que sus muros no eran altos para evitar que nadie se escapara; eran así para que los de fuera no viésemos lo que pasaba dentro. Los motines que se sucedieron en 1977 por los presos comunes proyectaba a las claras las condiciones de vida en cárceles de aquellos tiempos lúgubres, mimetizados, tal vez, por la lucha en las calles, de una transición que podría haber sido más justa, pero que fue la mejor de las posibles.

Al poco tiempo de quedar clausurada la Cárcel Modelo de Barcelona, tuve la oportunidad de visitarla aprovechando una exposición sobre ella: “La Modelo nos habla: 113 años y 13 historias”. Cuando se construyó este edificio en 1904, Barcelona contaba con quinientos mil habitantes. Tenía una capacidad inicial para 800 reclusos y al finalizar la Guerra Incivil era ocupada por más de doce mil internos.

La muestra ponía su atención en los personajes más representativos que en la dictadura pasaron por sus celdas, aunque sería infinito el número de hombres y mujeres que defendieron la libertad peinando canas entre rejas. Andar por cada uno de sus rincones fue un ejercicio de empatía, situándome en las vidas de aquellos que fueron privados de una vida por defender una idea, por defender unos derechos colectivos o sencillamente porque al nacer en una familia u otra, llevaras escrito que en tu vida tienes muchos boletos para pasar por ella, dependiendo también de donde nazcas.

Sus paredes rezumaban humedad y un olor a desesperación y a vidas rotas. Los últimos internos suplían a sus vigilantes y eran los encargados de conducir la visita, de cerrar y abrir las puertas correderas y de hablarnos de su vida en la cárcel, humanizándonos al conocer sus historias. Una de las galerías, la número cinco, era por donde pasaron políticos, sindicalistas, sacerdotes o maestros durante un siglo. Primero con la monarquía de Alfonso XIII, con la Dictadura de Primo de Rivera, durante la II República o de una manera más prolongada con la Dictadura de Franco, después con la Transición y Democracia. Allí estaban las celdas de personas que forman parte de un tiempo y de nuestra memoria colectiva.

En la 443, pasó sus últimos días Salvador Puig Antinch, que fue ejecutado a garrote vil una mañana de marzo de 1974. Recuerdo que cuando llegamos a la dependencia donde se encontraba situada la paquetería de la cárcel, lugar donde lo mataron, no puede dejar de emocionarme por una vida tan injustamente perdida. En el resto de celdas, aparecían paneles explicativos de las personas que pasaron por ellas: El pedagogo Francesc Ferrer i Guardia, el expresidente de la Generalitat, Lluis Companys.

Nombres de personas anónimas como “La Gilda”; un camarero de de 24 años detenido en 1955 por ser homosexual, por ser tiempos de “vagos y maleantes” y de una psiquiatría que consideraba enfermedad el deseo y el amor entre hombres. Por ellas pasó el sindicalista Salvador Seguí, el “Noi del Sucre” que lideró la huelga de la Canadiense durante tres meses largos en Barcelona y que nos regaló la jornada de ocho horas. Curioso, en estos tiempos, que muchos crean que los derechos caen del cielo. Les recomiendo la lectura de Apóstoles y asesinos, de Antonio Soler. Por cierto, muchos de nosotros por cuestión de edad, recordamos cómo escapó de ella el histriónico Albert Boadella perseguido por la “justicia” franquista y luego más tarde ninguneado por el poder de Pujol. Su nombre no figuraba en la exposición.

Cosas de una Generalitat sectaria que nunca aceptó la crítica corrosiva que nos anunciaba a finales de los noventa, en su obra de “Ubú, President”, en que consistía la patria del “honorable”. “Más os valdría un mal epitafio después de la muerte que los maliciosos epítetos de los comediantes durante nuestra vida…” -Hamlet a Polonio-.

Este artículo no va de crítica de cine, aunque habría cientos de películas por hacer, salidas de estas paredes. Paredes que aprendieron lo que era dolor, lucha, resistencia o dignidad. Valores y actitudes que hay que seguir recordando. Valores que olvidamos con facilidad y son más necesarios que nunca. Lecciones de vida que nos ayuden a forjar un futuro más inclusivo, más democrático, desmaquillando postverdades que edulcoran o revisan la historia.

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