jueves, 2 de mayo de 2019

Círculos virtuosos


Siempre hay una canción, un color, un poema o un poeta, un nombre o una calle que te sitúa en un instante de otro tiempo, en un momento único que te devuelve a una emoción. Puede ser un sentimiento de plenitud irrecuperable o una cuña de frustración porque el resultado fuera inconcluso. El pasado ya ha pasado pero nunca termina de pasar. Una paradoja vital pero irresoluble.

Esclavos de un recuerdo o salvados gracias a él. En cualquier caso es el saldo que acabas llevando en tu mochila por lo vivido. Por eso, ¿cómo no volver a recorrer los lugares donde alguna vez se nos erizó la piel en una victoria o en una derrota, por miedo o por amor? Hay que enfrentarlo. Darse de baja del dolor y la memoria es dejar de resistir e iniciar una huida. ¿Cómo pretender, ilusoriamente, que pase lo que ya ha pasado? Tengo la absoluta convicción de haber vuelto a Barcelona, entre otras cosas, para concluir lo que entonces quedó en el aire. Cuentas pendientes que abrasan en el bolsillo y poco a poco te queman la piel, y el ropaje de un recuerdo que te abriga.

La vida es una sucesión de círculos que se abren y para que sean virtuosos deben cerrarse. De otra forma, se vuelven en espiral y aparece un bucle que, como martillo pilón, te va desgastando por todos tus flancos. Si la sucesión de puntos que marca la línea en ese circuito de la vida se desvía y no cierra la circunferencia, entonces se convierte en enfermiza. En el caso de ser centrifuga, corres el riesgo de perderte en el delirio y la deriva hacia la fabulación de lo que pudo haber sido. Estarás fuera de la realidad. Si es centrípeta, la deriva puede conducirte a un punto final irrecuperable de autismo emocional, regodeándote en la mediocridad de tus miserias. Por eso, siempre hay que volver a la emoción que asoma, para salvarla o resolverla como si fuera una ecuación, aunque sea para darla por muerta.

Cuando era otro, mucho más joven, una despedida era una herida y un adiós era un desgarro, porque era vivido como un final o un destierro. Ahora, cuando asoman los años, vuelvo a la ilusión precisa y real de nuevos reencuentros para volver a sentir lo que entonces sentimos, para decir lo que no nos dijimos o lo que dejamos de soñar. Volver, en definitiva, a los espacios y a los nombres con los que fui feliz. Sé que algunos de los entonces me esperan. Ya comienzan a sonar los teléfonos. 

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