Mi
padre, es un buen sastre, conoce el buen paño. En el pueblo, tiene fama de
manitas. Con él aprendo a valorar una buena lana, la espiga, la franela o una buena pana. Es un artesano, en Plasencia, Cáceres.
--¡Cuando
cortes los delanteros o los traseros de los pantalones si no pones las piezas
en el mismo sentido, te cargas el pantalón!
--Ah,
claro, porque cada delantero tendría un reflejo diferente, ¿no?
--Así es, hijo. Esta lección va de gratis. El
pelo siempre a favor de la mano.
Cuando llegan de Barcelona las cajas de pana de Serra i Balet con los pedidos realizados, las identifico fácilmente porque tienen una cenefa verde carruaje que rodea al dibujo de una fábrica de estilo modernista de tres naves y dos pisos, forrada las paredes de piedra con columnas de tocho visto y con grandes ventanales en arco. En el centro del edificio resalta una chimenea de ladrillos muy alta que lo identifica con un ambiente fabril. Recuerdo que descubrí que los reyes magos no existían porque unas navidades vi encima de un armario del dormitorio de mis padres una caja de Serra i Balet; subí a lo alto no se cómo y al levantar la tapa de la caja me sorprendí al ver cómo dentro de ella había un fuerte con vaquero e indios. Y allí, en ese aciago momento, se acabó la inocencia y la magia.
Medio siglo más tarde, acabo viviendo en el barrio de Sants de Barcelona y un día, paseando por él, desemboco en la plaza de la Olivereta con calle Begur y me encuentro con una chimenea de 32 metros de alzada y un edificio parecido al que recordaba de entonces. ¡Es la fábrica de Serra i Balet!.
Creo que
la añoranza por el olor y el tacto de una pana, con la que me corté mis
primeros pantalones acampanados me está jugando una mágica pasada, pero es
ella; la fábrica de Serra i Balet, donde mi padre compraba la mejor pana de
España. Parece como si el ciclo de un recuerdo se cerrase teniendo un final
feliz. Siento una emoción difícil de explicar y recuerdo a mi padre, un sastre
bueno de provincia. Y alguna lágrima derrapa por mi rostro.
Es
un edificio construido en forma de U a principios de siglo XX, y que se dedicaría
a la fabricación de terciopelos, hilaturas de algodón y fundamentalmente panas.
Sus propietarios tuvieron que hacerse de oro cuando un acontecimiento de escala
mundial como la I Guerra Mundial hizo producir la empresa como nunca. Luego, durante
la guerra civil fue colectivizada y más tarde aguantó hasta que duró el proteccionismo
del textil. En 1982 tuvo que cerrar por quiebra. ¡Cómo lloramos su cierre mi amigo
Félix Sánchez Dueñas y yo¡ Una pana inigualable para aquellos que amábamos una tela. Que hoy en día yo pueda disfrutar de este espacio, ahora convertido en un
club deportivo, tienen la culpa la lucha vecinal del barrio, que entonces lo consiguieron
recuperar como un espacio de ocio colectivo. Y yo, acabo de cerrar el ciclo sedante y sedoso de este recuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario