Nos topamos con un cine y sorpresa: ¡Enmanuelle! Allí está Silvia Kristel, sentada sobre un sillón de junquillo, que la corona como la icónica emperatriz del sexo en que se ha convertido. Mimosa e inocente parece morder las perlas de la fantasía que sostiene en su mano como invitándonos a poseerla, aunque solo sea visualmente. Sus pechos son las manzanas del pecado que arrastramos desde que nos encontramos, por casualidad, con el placer. Y sus piernas, deshinibidamente cruzadas y abiertas, nos arrojan, y no hay ninguna red salvadora, a un tiempo de ensoñación lujuriosa de la que ningún censor nos puede salvar.
--Es un momento histórico, compañeros
--Ni un paso atrás, Paco.
--Tenemos también la opción de la Naranja Mecánica.
-En una sala paralela estrenaban esta otra película, también prohibida en
España-. Ahora, o nunca.
--Vamos a ver, ¿pero quién no ha oído la novena sinfonía de Beethoven?
–La ocurrencia de Edu, era concluyente-.
Nunca una decisión disfrutó de mayor cohesión grupal. Se arruga la tarde que oscurece. Escasa
mochila vivida para adentrarnos en los vericuetos de lo desconocido. Nos dejamos
llevar por la intuición que hacemos de la mirada provocativa que nos regala Silvia Kristell.
Compramos morbosamente tres entradas. Entramos al cine y un acomodador nos exije la propina. No
queremos entender. Dialécticamente forcejeamos. Toda la sala ya sabe que somos
españoles. Pagamos el servicio o nos vamos a la calle. Pagamos y nos sentamos.
Nuestras cabezas, se depositan sobre las butacas del cine, entrando en un
fantaseado bucle que nos hemos regalado en una noche de Paris. Yo, me he
sentado en medio de Edu y Paco. Se apagan las luces. ¡Todos saben que somos
españoles!.
El cuerpo de Silvia, nos incendia
en un sueño de noventa y dos minutos. Se nos viene una voz musicada, enigmática
y seductora. Una voz cercana, de esas que te hacen sucumbir. Nos reponemos de la
solidez sonora que la sitúa en una posición de ventaja. Ella, domina el
escenario.
Un picardía no puede evitar el
dibujo mágico de su arquitectura perfecta, un corpiño ajustado no puede ocultar
el anuncio de un festín de pechos. Se aceleran los deseos por su desnudo. Sus
escasas bragas son una invitación a despojarle, cuanto antes, de ellas. Imaginamos
invadir su cama, devorándonos pulsiones innatas en nuestras encendidas
entrepierna de imberbes adolescentes. Inevitable calentura pronunciada. Creo que se oye el latido de nuestros
corazones en toda la sala, pero no importa porque ya todos saben que somos
españoles. Nuestra mente calenturienta ha sido descubierta. Miro a mi izquierda
y veo unos ojos fijos que brillan hacia el infinito, miro a mi derecha y sus
ojos parece que están llorando. Doy con mi brazo izquierdo a uno, doy con mi
brazo derecho al otro. ¡Pestañear es de cobardes!
La cama, la butaca, la mesa o una silla donde
está Silvia se convierte en un oasis. Avanzamos gateando hacia ella y sus
pechos afilan nuestras miradas. Somos un racimo de dedos multiplicados. Una inflamada
lascivia segrega el momento irracional del deseo que queremos infinitamente
prolongado. Volvemos a viajar por sus laderas y nuestras lenguas se agitan por
la superficie de sus corolas que terminan durmiéndose en los pezones regalados
que nos hacen levitar. Regalo de la fantasía en un desgobierno planetario en
este más que tardío descubrimiento. En España, alguien nos ha contando un cuento.
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