En una entrevista en la Cadena Ser al erudito lingüista Chomsky, afirma que “Reagan y Thatcher entendieron muy bien que cuando vas a librar una guerra de clases militante, tienes que destruir las instituciones que permiten a la gente estar protegida”. No hay nadie con más conciencia de clase que los ricos. Expresión del marxismo en toda su excelencia.
En la crisis de las subprime, cuando el capitalismo salvaje hacía un nuevo intento de superar sus contradicciones haciendo que los desfavorecidos pagaran sus consecuencias, el capitalista Warren Buffett decía que “había una lucha de clases, pero es mi clase, la clase rica, la que hace la guerra y estamos ganando”. Para que luego digan que el marxismo ha muerto.
Todo esto viene a cuento de contextualizar la supresión del impuesto de patrimonio, que no deja de ser la estrategia de los de siempre; los esquilmadores compulsivos de lo público, de aquellos que solo quieren el estado para acabar con él. Cuando oigas que el dinero debe estar en tu bolsillo y no en el estado, debes ponerte a temblar si no eres de la clase de los ricos. Lo que ocultan decir es que para que va a estar el dinero en las arcas públicas si lo suyo es que esté en “sus manos”.
Su relato es tan simple y tan obsceno que solo es tapado por el ruido del miedo y la tragedia que ellos mismos generan. Son los mismos que dicen que las ideologías no existen, las clases sociales tampoco y que solo nos salvamos si hay patria. Se olvidan del Estado; o mejor dicho, quieren liquidarlo por inanición. Como si tú o yo, hubiésemos llegado a ser algo única y exclusivamente solo por nuestro esfuerzo. Hay que recordar los programas y medidas complementarias para facilitar ese ascenso social o nos creemos esa estafa positivista thatcheriana que si te mueres de hambre es porque eres un patán…
La clase social determina tus oportunidades, tus estímulos y tu educación. Y claro que hay conflicto de clases y luchas que se evidencian en el día a día. Luchas que pretenden ser disimuladas y obviadas poniendo el acento en la simplificación de una emoción para favorecer el engaño al que tiene menos oportunidades, menos estímulos y menos formación. Por ello, pretenden dormirnos con pertenencias a grupos de exaltación, como por ejemplo el de la Nación.
Sí, estoy hablando de la derecha; de esos que gatean por las paredes para no perder sus privilegios. Pretenden igualarnos en un sentimiento patriótico para evitar solucionar el conflicto que genera las diferencias de clase. Son dados a la literatura barata en prosa o en poesía. Les basta con inflacionar los balcones de banderas o en sus muñecas fachipijas. La Nación como una excusa para compartir una emoción sin costes dinerarios. La izquierda, afortunadamente, salvo cuando se despista reproduciendo relatos neoliberales, pone la solidez en la concreción de la Nación, haciendo Estado. Y aquí es donde comienza la ideología, la ubicación de izquierdas y derechas, subir o bajar impuestos para la redistribución de la riqueza o el “sálvese quien pueda”.
La madre del cordero está en la progresividad fiscal; donde paga el que más tiene. ¿Para qué queremos una nación sin estado con servicios públicos de calidad? ¿Estos neocons, quieren contrato social o quieren conflicto permanente? El Estado se forja con impuestos y no con dinero en unos cuantos bolsillos. ¡Son matemáticas, estúpidos! A los valores de justicia, equidad y solidaridad hay que ponerle unidades seguida de ceros. Una nación sin estado es una farsa. Para la derecha, basta con la engañifa de la exaltación de la patria, aunque a la ciudadanía se les niegue el trabajo digno, la sanidad, la educación o la luz. Si hay poco o mucho equilibrio social es a pesar de la derecha.
El patetismo de suprimir el impuesto de patrimonio para rentas superiores a los setecientos mil euros no deja de ser un nuevo insulto añadido a sus amnistías fiscales a los defraudadores o a las becas para rentas que superen los ciento veinte mil euros. Son esos patriotas que rompen la unidad de España en una escalada de a ver quién rebaja más impuestos a los de siempre.
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