Landero, en su obra “Una historia ridícula”, dice que él nunca tuvo el sentimiento de escribir esta novela, delegando en Marcial el protagonismo de todo lo que nos relata. Un hombre, que podría ser cualquiera de nosotros, de los miles de españoles que elaboramos sueños, dando tumbos, gateando por las paredes como cualquier alma extraviada, a veces con pretensiones estrafalarias, porque es difícil poder con la propia vida, concluyendo que “Entre que llega y no llega la muerte, algo habrá que ir haciendo con la vida”. Ya les digo que este Marcial podríamos ser cada uno de nosotros.
En el Teatro Romano de Mérida, también Landero dejó hablar a Marcial que lo hacía por boca de todos los anónimos hombres que vamos sorteando los obstáculos de nuestras cansadas biografías, con mejor o peor suerte, dependiendo de azares y pertenencia a familias, evitando caer en el extravío, para ir por derecho al epicentro de la historia, como lo hizo uno de nosotros como Marcial. Desde este lejano Oeste, “a cuantos políticos y mandamases les corresponda responsabilidad en este desafuero y esta afrenta, les digo queridos políticos; iréis de cabeza al infierno”. ¿Cómo poder enfadarse con este mestizo lusitano, talento exportado por culpa de una historia fallida de determinados políticos a lo largo de estos últimos siglos?
Landero nos enseñó lo que significa la palabra “jeito”; otra bella expresión y qué amplio su concepto. Con gusto y con pasión construir de un modo apasionado nuestro día a día. Tal y como él lo hace al escribir, volcando sobre su pluma emociones universales de todo aquél que tuvo que partir de su pueblo, Alburquerque o de Plasencia, que es el mío. La mayoría de las veces, abandonando y perdiendo el paraíso al que ya nunca más volvimos, convirtiéndose en un imaginario eterno de lo ampliamente vivido que fuimos entonces. Luis, como todos los entretenidos en escribir buena literatura termina distraído en la observación permanente de la naturaleza de las cosas y pone nombres para entenderla. Y solo hay que estar atento a su palabra; y exprimirla como limones sobre la rica agua de nuestros manantiales.
Como verso libre porque la edad, afortunadamente, nos desata la lengua, tuvo a bien zaherir ayer las conciencias. Su matización inicial sobre "una mayoría de políticos", le salva de una generalización sobre ellos que a mí me hubiese parecido excesiva. “A cuantos políticos les corresponda”. ¡Por favor, escuchen! y no se extravíen como Marcial con su vida. Son palabras que lleva cada puntada con su correspondiente hilo. Y si te picas, te rascas.
Solo un pequeño “pero”. Sobre los adjetivos de “perezosos, bebedores, puteros, codiciosos, serviles, cobardes o descreídos”, faltó el epíteto de delincuente o corrupto. Bien es verdad, que en todas las casas cuecen habas: Reyes, periodistas, juristas, policías, médicos, enfermeros o maestros. Si yo fuera político, puede que me hubiese resultado molesto esa supuesta generalización que no lo fue. Que yo sea un Marcial cualquiera no significa que no alcance a diferenciar en mi tierra de aquél político que trajo importante financiación para estrechar distancias en nuestro lejano oeste, de aquel que utilizaba el avión con el hurto sucesivos de pasajes. Nunca el árbol debe dejarnos sin ver el bosque.
Posiblemente hubiera tenido que afinar en la tipología de políticos pero hubiese perdido eficacia el gancho. Como un Marcial cualquiera podemos quedarnos con aquello de “todos los políticos son iguales”; costumbre muy dada entre aquellos que no participan de los valores de la democracia o de infantilizados opinadores.
Les dejo con un soneto de un maravilloso lenguaraz como Don Francisco de Quevedo: “Que quien el corazón tuvo en la boca, tal boca siente en él, que solo dice: En pena de que hablé, callando muero”. Que los jabones a los poderes públicos de los eruditos, estudiosos, pensadores o filósofos sean un desierto en los trescientos sesenta y cinco días de Extremadura. Que "Nuestras voces, se alzan..."
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