Cada
día que pasa, Madrid se convierte en un refugio más escaso. El avance del
ejército rebelde ha sido rápido. La misma respuesta de represión y huida que se
había producido en la Andalucía occidental y en Extremadura, se
repite en la zona septentrional de la provincia de Toledo. Confrontación
desorganizada y escapada rápida hacia la capital de España.
Muchos años después
comienzo a comprender la historia que me cuenta mi madre sobre la huida
de Illescas de toda su familia. Es el 18 de octubre de 1936; un
día como otro cualquiera en el que mi abuelo Regino sale en dirección
a Toledo a vender sus cacharros.
--Nuestra casa estaba
a la entrada del pueblo y al lado de la carretera. Veo el carro del abuelo a
toda velocidad, a una hora que no era habitual su regreso. –dice mi madre-.
–Viene gritando según va entrando en el pueblo: “Hay que irse rápido a Madrid”.
-Al llegar el abuelo me pide que llame a todos los hermanos y a mi madre.
--¿Y tú qué edad
tenías, mamá?
--Tenía unos cinco añitos. Nunca se me olvidará
la cara desencajada de tu abuelo. Parecía como si hubiera visto al diablo. En
pocas horas cerramos la casa y la posada, preparamos el carro con ropa en las
maletas, colchones y algunas sillas, reunimos el ganado disponible y echamos a
andar. No solo fue nuestra familia. Recuerdo toda la calle con mujeres y hombres
entrando y saliendo de sus casas haciendo lo mismo que estábamos haciendo
nosotros.
--¿Y luego que hicisteis?
--Salir del pueblo dirección a Madrid. El abuelo iba
contando a tu abuela que se había dado la vuelta en mitad de la carretera al
encontrarse con otras familias que ya iban camino de Madrid. Decía que las
tropas moras entraban en los pueblos matando a la gente y violando a las mujeres.
En mi adolescencia, se repite el relato
de la guerra en encuentros familiares o comidas de celebraciones cuando
coincidimos con mis tíos. Cada uno de ellos revive y narra
la huida del pueblo en un carro tirado por caballos, azuzados muchas veces por
el paso de la aviación franquista tratando de sembrar el desconcierto
entre cientos de familias que escapan a toda prisa. Con mis abuelos Regino y
Lucia y sus cuatro criaturas, José, Paca, Lucia y María salen de Illescas más de mil ochocientas personas. Allí no queda más de un veinte por
ciento de la población, que por su posición social o de ideas aplauden el golpe
militar. Entre ellos, "Las Vellonas", las ricachonas del pueblo.
Toda esta información
la voy ordenando con el paso de los años porque cada información que registro a
vuela pluma me provoca una pregunta más: consigo diferenciar personajes,
construyo mentalmente el mapa de la huida, sitúo temporalmente los
hechos, voy añadiendo perfiles, actitudes y valores a unos y otros. Imagino
lo que tuvo que ser para mi familia escapar en estampida del miedo acumulado
por las noticias de violencia que llegan a sus oídos.
Las noticias sobre la
violencia vivida en ciudades como Badajoz, el catorce de agosto, genera
una psicosis colectiva según avanzan las desatadas tropas moras de Franco. Hay
que hacer pagar que unos meses antes, el 25 de marzo, sesenta mil jornaleros
de Extremadura con sus azadas, hubiesen tomado tres mil fincas en 280
pueblos de la región. La reforma de la
tierra anunciada por la República no podía esperar más. Llega la venganza de
los señoritos por medio de sus lacayos.
Se
produce la “Masacre de Badajoz”. Si conocidos, son los
nombres de Guernika, Jarama, Belchite, o Teruel, la historia parece no querer recordar la muerte de más de ocho mil personas; la
mitad de ellas en la plaza de toros de los pacenses.
Entre Franco y
Madrid, superado el frente de Extremadura, las fuerzas rebeldes se han detenido
a las puertas de Talavera, porque se consigue en pueblos
como Calera y Velada aglutinar resistencia donde los milicianos están
bien pertrechados, aunque una vez tomado el Castillo de Oropesa, el camino prácticamente queda libre para las tropas fascistas del
comandante Castejón y el teniente coronel Asensio. En los
primeros días de septiembre se toma la ciudad de Talavera de la Reina
que cuenta con mucho ejército pero con escasa munición.
Una decisión no
esperada, de última hora, cambia el rumbo y la suerte para la familia de mi
madre. Al llegar las tropas franquistas a Maqueda, cuando todo
hace pensar que seguirán avanzando hacia Madrid por la carretera de Extremadura,
Franco ordena dividir las fuerzas militares y hacer un desvío hacia Toledo,
donde el Alcázar esta sitiado por las milicias republicanas. Ese hecho
inesperado es decisivo para provocar la desbandada en todos aquellos pueblos,
entre los que estaba Illescas, cercanos a la capital manchega.
La evacuación a
Madrid no deja de ser accidentada en ningún momento como consecuencia de la
concentración de mujeres, niños y ancianos en la carretera. Cargados con los
enseres más necesarios se disponen a enfrentar una ciudad que no está
organizada para recibir y dar respuestas a gentes que acaban de perderlo todo.
En el caso del
abuelo Regino, a rebufo del carro, ha conseguido reunir una decena de
vacas lecheras. La primera noche la pasan en Yeles. Un primo de mi
abuelo los resguarda en una fábrica de cemento donde trabaja como encargado.
Ese día, no recorren más de cinco kilómetros fruto del caos que se organiza en
la carretera. Una vecina de Chozas que les acompaña rompe aguas y pare una criatura. Las siguientes paradas son en Parla y Getafe antes de
entrar en Vallecas. Allí consigue vender las vacas y finalmente entran en
la capital. Con el dinero obtenido, pueden “trampear” la situación durante los
primeros meses de su huida y solventar el día a día.
Tras unos días
durmiendo en las cercanías de la estación de trenes de Madrid, consiguen una
casa compartida con otros familiares que les proporcionan cobijo en el barrio
de Cascorro. La situación en la capital es muy convulsa e
insegura. Los bombardeos provocan un estado de alarma permanente. Las idas y
venidas a los refugios al metro se repiten con asiduidad. Es en una de las
largas estancias en estos refugios donde mi abuelo Regino cae en la
cuenta que la República está recogiendo a criaturas para sacarlas de
Madrid, siendo separadas de sus padres. Y esto decide a la familia a buscar una
alternativa fuera de allí.
Mi abuela Lucia tiene
un hermano comandante de la república en Valencia, Antonio Borrajo que les
apremia a ir a Alcoy donde dispone de vivienda para toda la familia.
Venden todos los enseres que tienen y se trasladan en tren finalmente a
Valencia. Allí, les espera un tiempo de vida familiar y la mejor manera de
pasar una guerra. Con otras dos familias, el tío de mi madre, les acomoda en
una masía que ha sido abandonada con prisas por su propietario. Seguro que por
su clase social era un desafecto a la República.
La casa es amplia,
sus paredes están estucadas y el mobiliario es abundante y lujoso. Tiene un
jardín amplio rodeado de naranjos con un horno de leña donde mi abuela Lucía
hace pan anisado que mi madre recuerda como el mejor pan que nunca
haya comido. La casa se encuentra muy cerca de la localidad de Alcoy. Recuerda
aquellos años de cierta tranquilidad, acudiendo a la escuela. La
normalidad solo se interrumpe cuando llegan los aviones del ejercito rebelde;
entonces acuden a un túnel que hay muy cerca de la casa para refugiarse.
En la plaza del
pueblo hay un mercado al aire libre donde mi abuela vende pan que hace todos
los días. El abuelo, pronto se da mañas para hacer lo que sabe hacer; comprar y
vender, o mejor dicho hacer trueque. Compra aceite, luego lo cambia por arroz o
por trigo. Él es el mejor proveedor de la familia. Cuando la guerra está a
punto de terminar, en aquella misma plaza, que dispone de un sistema de
megafonía, mi madre escucha una y otra vez una frase del Presidente Negrín que
la crea incertidumbres entonces y que me repite a lo largo de la vida:
“Hermanos, resistid con pan o sin pan”.
Una vez llega el
final de la guerra, la familia vuelve a Illescas para retomar su
vida. Llegan sin una silla. Acuden a la posada de donde tres años antes
salieron con urgencias. La posada es un perímetro de paredes derruidas y con la
techumbre caída en su totalidad. Nada de lo que había, está. Nada de lo que
era, es.
Mis abuelos tienen un
pequeño huerto a las afueras del pueblo ya allí se dirigen. Hay un caseto de
aperos que sirve para volver a empezar. Al llegar allí, mi abuelo compone
un proyecto de mesa a base de cajones que consigue ensamblar. No hay sillas. El
suelo es su descanso. Comienza un tiempo donde el hambre va a ser un certero
compañero. Pasan los días y observa cómo aquellos que se quedaron en el pueblo
se repartieron el botín de la posada y su terruño: “Esas herramientas son
mías”, “Ese arado es el que yo tenía y esa es mi mula Lola”. Pero el miedo
cierra su boca. A los pocos días de llegar al pueblo es detenido. Le han
confundido con su hermano, un comprometido republicano del
pueblo.
La micro historia de
la familia Durán-Borrajo, la familia de mis abuelos, ha comenzado. A
través de la boca de mi madre me adentro. A través de ella; con preguntas que
me asaltan obsesivamente. Respuestas inconclusas para tratar de
cerrar un círculo de unos hechos que han determinado, sin duda, nuestras
biografías; la de mis padres, la mía y la de mi hijo.
- La Isla de Plasencia http://canchales.blogspot.com/2018/07/la-isla-de-plasencia-en-los-sesenta.html?spref=tw …
- Tiempo de cerezas en los sesenta http://canchales.blogspot.com/2018/07/tiempo-de-cerezas-en-los-sesenta.html?spref=tw
- Calle del Sol de Plasencia http://canchales.blogspot.com/2018/07/calle-del-sol-de-plasencia.html?spref=tw
Relato conmovedor. Qué bien escribes Miguel. A golpe de corazón.
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