A la magia del valle de Ambroz en
otoño, se vuelve el poeta Pastor que insiste, persiste y resiste con las
banderas de ayer y que hoy, de nuevo, ondean para alzarse justicieras mañana. Le
abrazan a Luis los espíritus benignos de la que un día fue tolerante sinagoga y
refugio de los diferentes, arropados
entre casas de adobe y ahumadas maderas de castaño. Aún resuenan en Hervás los ecos de gozo por sus laberínticas
callejuelas del barrio judio que rezuman aromas del amor
en los geranios y sus cogollos, soñando que nos alzamos al totémico Pinajarro;
dueño, señor de veredas, puentes y
caminos, vigilante altivo de las nubes en sus cielos limpidos. De la calle Corredera,
nos llevan los pies hasta la solitaria estación de aquellos trenes de madera del Ruta de la Plata,
que antiguos nos llevaban, por caminos de
hierros, con la tardanza de un milenio,
hasta Astorgas y nuestros extremeños ancestros.
Mientras, en la nostalgia que
envuelve el Cine Juventud, de otras noches de cantautores, se esperan
los poemas musicados del trovador de Berzocana, del
Gallo Vallecano, del Ciego de las Coplas…, con el que tuvimos la suerte de vivir el
ritual iniciático de la revuelta, en un mítico concierto en una grisácea
aula abarrotada de la Escuela de Magisterio de Cáceres con su “Fidelidad” y “Vallecas”.
“Eramos tan libertarios, casi
revolucionarios, ingenuos como valientes, barbilampiños sonrientes lo mejor de
cada casa” .
Ayer, hoy y siempre, oírle y verle me supone revivir la experiencia
repetida de un instante, la disección de aquel momento, la reproducción fotograma
a fotograma de aquella pasión, de aquel sentimiento, que por ser fugaz, aparentemente
efímero y fugitivo, siempre en el recuerdo, me perdurará, como grito de
protesta, vitalmente necesario y certero. Grito que nos habla de
la necesaria memoria, de ahuyentar el olvido por desidia, y su voz nos abriga tierno y
estable, reconociéndonos en lo que un día fuimos, de aquello en lo que nos
hemos convertido, de lo que aún no está perdido. Y se me vienen todos los enamorados
poemas con sus revolucionarios nombres; Paco, Pablo, Jara y Miguel. Porque “amar es combatir”. Y en la sentida despedida, me regala un abrazo largo como lo son sus poemas
para que siga habiendo eternos amaneceres.
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