A Liz Truss le tendremos que agradecer la ejemplificación de lo que supone bajar los impuestos. La matraca de los supuestos beneficios de dicha bajada no es la pócima mágica que todo lo puede, sino la cantinela de un modelo antiguo, tan antiguo como el neoliberalismo; hacedor de injusticia y desigualdad social. En contraposición, desde el minuto uno de la crisis del Covid, se entendió que otra respuesta austericida sería nefasta para una salida de la mayoría. Han sido los servicios públicos y las políticas sociales quienes han posibilitado una hoja de ruta más racional y justa.
En definitiva, son los dos modelos que están en pugna en el mundo; el primero ahora mutando a populismos redentores que nos llevan a un suicida “sálvese quien pueda” y el segundo hacia un contrato social, facilitando el compromiso de todos en función de nuestras capacidades y posibles. El “chocolomo” thatcheriano, que inició su desregularización económica y social en los ochenta, desembarcó recientemente con su delirio imperial del Brexit y ahora nos ha ofrecido una segunda versión de la “Dama de Hierro”, que ha durado cuarenta y cinco días, produciendo el pánico en los mercados, demostrándose que soplar y sorber es imposible al mismo tiempo.
En su delicado manejo internacional, Feijóo, ese contable con rictu de mercader avariento, al que solo le faltan unos manguitos a juego con su semblante gris, viaja a Bruselas, siguiendo la estela del fracasado Pablo Casado para hablar con Von der Leyer para poner otra piedra en el camino de los fondos europeos y hacer las cuentas de la catástrofe que supone la excepcionalidad ibérica, en el mismo día que la UE estudia la extensión de esta medida al resto de Europa. Su falta de acierto y de tino solo se entiende desde la mala fe o porque no sabe inglés y no se entera.
Sinceramente, el efecto Feijóo, y su pertinaz ofuscación con defender los intereses de una minoría me resulta incomprensible para alguien que aspira a gobernar, aunque bien es verdad que solo engaña a quien se deja.
Feijóo debería explicarnos a los españoles cómo una persona con Covid hubiese podido pagar cinco mil euros por la atención en la sanidad pública, trece mil si hubiese estado en la UVI, o los noventa mil euros por un trasplante de corazón, por poner ejemplos en el campo de la sanidad. Porque el ciudadano, en gran parte aquellos que dependemos de un subsidio, de un salario, del ingreso de un autónomo o de una pensión, deberemos optar por uno de los dos modelos que la crisis y la inflación está poniendo en evidencia: o ponemos en peligro todos los servicios públicos rechazando el relato impositivo, como pasó en Inglaterra, o financiarlos a través de impuestos con criterios de progresividad y dependiendo de nuestras rentas.
Se entiende que el presidente de la CEOE, al igual que Feijóo y la troupe del PP, diga que hablar de ricos y pobres es incidir en la radicalidad de los segundos; se entiende que el Sr. Garamendi, patrón de patrones, al igual que el gobernador del Banco de España, nombrado por el Sr. Rajoy, repita obsesivamente que es necesario un pacto de rentas donde se revisen las pensiones y los salarios a los empleados públicos, mientras alzan las voces en tertulias y diarios contra la contribución de los beneficios extraordinarios de energéticas y bancos.
Y es que son obscenamente groseros, cuando olvidan que las empresas del IBEX-35 han ganado cincuenta y ocho mil millones de euros, en el 2021, un ochenta y tres por ciento más que antes de la pandemia; las empresas constructoras con sus dieciocho mil millones de euros, más de veinte mil millones para las empresas financieras o más de diez mil para las energéticas. Pues claro que los pensionistas y trabajadores en general nos comprometeríamos a un pacto de renta, siempre y cuando ellos asumieran una reforma fiscal progresiva, pero eso es harina de otro costal y sería una provocación radical de los pobres.
En la misma línea de repetición del mantra impositivo, el relato de María Guardiola, la aspirante a la Presidencia de Extremadura, nos quiere salvar con una revolución fiscal, perdonando a las familias ricas en Extremadura un impuesto que no pasa de un total de seis millones, para evitar que los ricos se vayan a Portugal, como si los absentistas no se hubiesen ido toda la vida a Madrid; que para eso el Sr. Cánovas del Castillo acometió la distribución de papeles de los distintos territorios en España, asignando a Extremadura el mismo papel que el PP sueña para ella. O repitiendo la pócima mágica de bajar el IRPF; a la misma vez que su partido está a favor de la contención salarial en los convenios, se ha negado y se niega a subir el SMI y nos quiere devolver a más de doscientos mil pensionistas extremeños y extremeñas a ese factor de sostenibilidad de pensiones, cuando tenemos las pensiones más bajas de España, por el que esta parte de la población perdería una renta anual de quinientos millones de euros, triplicándose esta cantidad en el 2023. El problema de Guardiola, es igual o parecido al que tiene Feijóo, que la primera no atina con el enchufe y el segundo no acierta con el inglés.
- El PP, fotocopiando a Thatcher: https://canchales.blogspot.com/2013/02/el-pp-fotocopiando-thatcher.html
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