Lloran las plañideras al unísono y el coro de músicos de un sistema en liquidación entona, agrupados todos, un réquiem anunciando el caos fuera de la "moderación".
Moderación es comprender que el Banco de España anuncie que los españoles tendremos que pagar de nuestro bolsillo 1085 euros, percápita, porque la Banca no devolverá, en el mejor de los casos, más del 20% de aquellos 66000 millones que prestamos para su salvación. Moderación era atender a las demandas de la CEOE y del Círculo de Empresarios y encontrar una salida de gobierno que no pasara por un acuerdo entre PSOE-UP. Moderación es la que piden ínclitos personajes como Felipe González, Alfonso Guerra o Juan Carlos Ibarra para posibilitar un gobierno de gran coalición con las autodenominadas fuerzas constitucionalistas. La iglesia, cómo no, también pide moderación. Nos piden moderación y rezo para que partidos que blanquean a la extrema derecha puedan salvarse de su ignominia.
Los moderados, los que piden moderación, no pertenece ninguno a esa tasa de pobreza del 24% que solo se redujo en siete décimas mientras el producto interior bruto de España, en el periodo 2014-2018, crecía un 17%. Ninguno de los que pide moderación pertenece a la segunda mayor tasa de desempleados jóvenes que con Grecia, superan el 34% de paro. Ninguna pertenece a esas mujeres con contratos temporales a tiempo parcial o a los hombres desempleados de larga duración que tienen que lidiar para que se les reconozca un S.M.I. de 900 euros. Ahí está la radicalidad de su afrenta, la radicalidad de su vida precaria mientras los próceres de la patria nos anuncian por nuestro bien, una vez más, la medicina de la moderación.
Me asomo a la plaza de mi pueblo y hablo con la gente, que solo quieren vivir radicalmente con dignidad. Mientras, en los altavoces que ponen gratis en nuestras vidas, provocando el hartazgo, sigue sonando la música y los lloros vergonzosos de las plañideras bien pagás.
Me asomo a la plaza de mi pueblo y hablo con la gente, que solo quieren vivir radicalmente con dignidad. Mientras, en los altavoces que ponen gratis en nuestras vidas, provocando el hartazgo, sigue sonando la música y los lloros vergonzosos de las plañideras bien pagás.
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