sábado, 28 de julio de 2018

Memoria familiar: Tiempo de cerezas en los sesenta.


Eran los sesenta y todos los años, desde muy pequeño, antes de que llegue el tiempo de la cerecera, por el mes de marzo y abril, mi padre me monta en su vespa los domingos por las mañanas; me dice que me agarre fuerte a su cintura y corremos valle arriba hasta Navaconcejo, Cabezuela y Jerte. Cuando subimos hasta Tornavacas, porque el día está claro, aprovechamos para llegar hasta el límite con la provincia de Ávila y desde un mirador me muestra todo el universo mágico del Valle del Jerte. A veces, se logra el milagro de verlo vestido de un manto blanco cuando la floración se produce al unísono. 
Mi padre, que es sastre, tiene clientes en estos pueblos a los que toma medidas para hacerles un traje que estrenarán para las fiestas de Santiago, cuando ya se haya recogido la mayor parte de la cosecha.
Cuando llegamos, por ejemplo a Navaconcejo, buscamos al alguacilillo para que eche un pregón por el pueblo a cambio de unas pesetillas con una leyenda parecida a esta: “Se hace saber, que el Sr. Coque, sastre de Plasencia, está disponible en casa del Tío Maura, el peluquero, para tomar medidas a quién así lo desee”.  Al llegar a Cabezuela, directos íbamos a casa del tío Gervasio o quedámos en el Bar Dolar. Yo era amigo de su hijo Luis y juntos trasteamos mientras se echa la mañana. Gente noble, trabajadora y humilde. 
El campo era tan esclavo en aquella época que no podían desplazarse a Plasencia y mi padre queda con ellos en la cooperativa del pueblo, en algún bar o en casa de algún vecino, amigo de él, que le ayuda con las tareas de su agenda. Allí, acuerda con el cliente la elección de la tela escogida de un muestrario que siempre le acompaña. Yo, que soy una criatura, me encargo de tener a punto el metro, un lápiz y un cuadernillo para tomar nota de la cintura, tiro, entrepierna, bajo, pecho, espalda o manga que me va dictando mi padre.
Mientras esperamos a que vayan llegando los interesados, la buena de la Sra. Leonor me ofrece una perrunilla y un vaso de gloria dulce a los que les pongo afición, mientras ellos charlan sobre sus cosas. 
--¿Cómo viene la cereza este año, Tío Maura?
--Puede haber mucha producción pero ya sabes Miguel que como arremetan las tormentas las cerezas tempranas se van al carajo.
--Es la historia de siempre. Todo el año cuidando la tierra y el cielo decide si el esfuerzo es en balde.
Cuando esto ocurre y vienen mal dadas se oye alguna desgracia familiar que ha puesto todo su empeño en sacar adelante el rendimiento de la tierra y al hacer balance no llega ni para pagar las inversiones que se ha hecho en el año. En ese territorio de la infancia donde todo te conmueve, me produce un tremendo impacto cuando se recuerda algún suceso relacionado con el suicidio de un cerecero que se ha tirado desde el puente o se ha suicidado utilizando los productos químicos fitosanitarios que se utilizan para el cuidado de la cereza.
Más tarde, cuando subimos en plena temporada de recolección a hacer las pruebas de las chaquetas y los chalecos, de vuelta siempre nos llevamos alguna caja de cerezas que nos regala algún vallenato. Si son las tempranas, tocan las de rabo largo y pequeña. Aunque a mi me encanta la Picota, con sus variedades: ambrunés, pico negro, pico limón y colarado. Bueno, y qué decir de la burlat, la dulce lamber en forma de corazón o  una de las más tardía como la lapins, más oscura, con un calibre que cuando la acercas a la boca, la ocupa toda entera.
Los tiempos de cereza nunca mueren, como nunca muere el recuerdo por mi padre.

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