Eran los sesenta y todos los años, desde muy pequeño, antes
de que llegue el tiempo de la cerecera, por el mes de marzo y abril, mi padre
me monta en su vespa los domingos por las mañanas; me dice que me agarre fuerte
a su cintura y corremos valle arriba hasta Navaconcejo, Cabezuela y Jerte. Cuando subimos hasta Tornavacas, porque el día está claro, aprovechamos
para llegar hasta el límite con la provincia de Ávila y desde un mirador me
muestra todo el universo mágico del Valle del Jerte. A veces, se logra el milagro de verlo vestido de un manto blanco cuando la floración se produce al unísono.
Mi padre, que es sastre, tiene clientes en estos pueblos a los
que toma medidas para hacerles un traje que estrenarán para las fiestas de
Santiago, cuando ya se haya recogido la mayor parte de la cosecha.
Cuando llegamos, por ejemplo a Navaconcejo, buscamos al alguacilillo para que
eche un pregón por el pueblo a cambio de unas pesetillas con una leyenda
parecida a esta: “Se hace saber, que el Sr. Coque, sastre de Plasencia, está
disponible en casa del Tío Maura, el peluquero, para tomar medidas a quién así
lo desee”. Al llegar a Cabezuela, directos íbamos a casa del
tío Gervasio o quedámos en el Bar Dolar. Yo era amigo de su hijo Luis y juntos trasteamos mientras se echa la
mañana. Gente noble, trabajadora y humilde.
El campo era tan esclavo en aquella época que no podían desplazarse
a Plasencia y mi padre queda con ellos en la cooperativa del pueblo, en algún bar o en casa de algún vecino, amigo de él, que le ayuda con las tareas de su
agenda. Allí, acuerda con el cliente la elección de la tela escogida de un muestrario
que siempre le acompaña. Yo, que soy una criatura, me encargo de tener a punto el
metro, un lápiz y un cuadernillo para tomar nota de la cintura, tiro,
entrepierna, bajo, pecho, espalda o manga que me va dictando mi padre.
Mientras esperamos a que vayan llegando los interesados, la buena de
la Sra. Leonor me ofrece una perrunilla y un vaso de gloria dulce a los que les
pongo afición, mientras ellos charlan sobre sus cosas.
--¿Cómo viene la cereza este año, Tío Maura?
--Puede haber mucha
producción pero ya sabes Miguel que como arremetan las tormentas las cerezas
tempranas se van al carajo.
--Es la historia de
siempre. Todo el año cuidando la tierra y el cielo decide si el esfuerzo es en
balde.
Cuando esto ocurre y vienen mal dadas se oye alguna desgracia familiar que ha puesto todo su empeño en sacar adelante el rendimiento de la tierra y al hacer
balance no llega ni para pagar las inversiones que se ha hecho en el año. En ese territorio de la infancia donde todo te conmueve, me
produce un tremendo impacto cuando se recuerda algún suceso relacionado con el
suicidio de un cerecero que se ha tirado desde el puente o se ha suicidado
utilizando los productos químicos fitosanitarios que se utilizan para el
cuidado de la cereza.
Más tarde, cuando subimos en plena temporada de recolección a hacer las pruebas
de las chaquetas y los chalecos, de vuelta siempre nos llevamos alguna caja de
cerezas que nos regala algún vallenato. Si son las tempranas, tocan las de rabo
largo y pequeña. Aunque a mi me encanta la Picota, con
sus variedades: ambrunés, pico negro, pico limón y colarado. Bueno, y qué decir
de la burlat, la dulce lamber en forma de corazón o una de las más tardía como la lapins, más oscura, con un calibre que cuando la acercas a la
boca, la ocupa toda entera.
Los tiempos de cereza nunca mueren, como nunca muere el recuerdo por mi padre.
- La Isla de Plasencia http://canchales.blogspot.com/2018/07/la-isla-de-plasencia-en-los-sesenta.html?spref=tw
- Calle del Sol de Plasencia http://canchales.blogspot.com/2018/07/calle-del-sol-de-plasencia.html?spref=tw …
No hay comentarios:
Publicar un comentario