Se apagan las luces de una ilusión de cabalgata de Reyes e Inocencios. El rey de siempre, entre los adornos que le procura la comparsa de fieles, repite su sueño montado en una carroza que bien podría ser la metáfora de un barco a la deriva. Cientos de luces arropan la parte noble de la plaza que no pueden esconder el saludo jocoso de los plebeyos del fondo sur desde una balconada sin luz, con una pancarta de indignación, que expresa el estado de ánimo sobre las cosas.
Vuela sobre la ciudad una molicie que curte nuestros rostros de negligencia con sabor a pereza que disfraza la incuria de una sucesión de fotogramas en una secuencia congelada, que se confunde con la falsa espera de lo que debe pasar y nunca pasa. Tal vez se fueron los mejores o se tuvieron que marchar porque nos sobraban y nos siguen sobrando factores de expulsión acumulados en nuestra historia. Es como un polvo en el viento que nos recuerda, momentáneamente, que hay anuncios de tormentas desérticas pero que solo sirven para ponerse a cubierto mientras podamos, para terminar perdiendo la mirada fértil del horizonte .
Me sirve una cita de Leonardo Padura en sus eternas reflexiones sobre su Patria en decadencia para recordar los nombres de ciudadanos que lo intentaron, con derrotas personales y colectivas, y ahora reclaman el silencio por el dolor de aquellas batallas perdidas: “Nos dedicamos a reconstruir las cosas que pasaron, y las cosas que tuvieron que pasar para que esas cosas pasaran, y las cosas que dejaron de pasar porque pasaron esas cosas”. El paso del tiempo sigue señalando con más vehemencia a los sujetos activos de lo que pasó y no es nada bueno que pasara. Y acude la frustración porque dejamos pasar lo que ha pasado. Pudimos haber hecho algo más para no sentir ahora la aspereza del desengaño.
Casi todo se convierte en un teatrillo de pueblo taciturno. Una tramoya bien adecentada propicia para los giros de escena, el foso de músicos que acompaña virtuosamente al protagonista de la escena haciendo desfilar con una flauta al considerado y domesticado público. Cañones de luces le acompañan en sus zigzagueos malabarista para mantener la ilusión de los Inocencios, abriendo y cerrando el telón. Todo está pergeñado aunque a veces el apuntador equivoque al artista ocultándole que va desnudo y entonces este desaparece momentáneamente entre bastidores y bambalinas en sus escaso momentos de lucidez. Y hay hasta espacios ocultos al público al servicio de las posverdades, para no arruinar la función.
Y entonces equivocamos la vida con el bullicio, el ocio euforizante con el ruido tabernario, las murallas seculares de la ciudad con museos inexistentes, anuncios deslumbrantes que nunca se cumplen, suelos quebrados que anuncian besos sobre el suelo, una carroza con un barco llamado Titánic y entonces es cuando los días se convierten en tardes desmayadas y repetidas.
Y cuando despertamos de la fiesta o de la siesta, “nos dedicamos a reconstruir las cosas que pasaron, y las cosas que tuvieron que pasar para que esas cosas pasaran, y las cosas que dejaron de pasar porque pasaron esas cosas”.
Despejen el escenario, camerinos y platea. ¡Sálvese quien pueda! Reconstruyo recuerdos de nombres ausentes y presentes, y causas enterradas en un cementerio de proyectos e ideas que algunos pretendes hacernos olvidar.
Cuanta verdad, me encanta lo bien que está escrito.
ResponderEliminarMuchas gracias. Todo lo que sube, acaba bajando. Hay que seguir denunciándolo.
EliminarMe parece súper acertado tu diagnóstico y te felicito por ello.no se sí algún día ésto se revertirá.
ResponderEliminarHay que perseverar. Este estado de cosas hay que darle la vuelta. Es nuestra responsabilidad. Gracias.
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