Hace unos días que vengo observando que me desaparecen cosas del interior de mi coche. Lo achaco a mi despiste personal. Suelo perder llaves que encuentro pasado un tiempo, extraviar un libro que aparece en casa de algún amigo... Hasta que hace unos días, al ir a abrir el vehículo, observo que se ha cerrado automáticamente con las llaves dentro. Busco el otro juego de llaves y no aparecen por ninguna parte. Tengo que abrirlo porque tengo unos documentos en su interior y urge su gestión en el día.
Opto por llamar a la grúa para ver si pueden abrir el coche. No hay manera. -¿Rompemos el cristal? -¡Hombre, siempre tendremos tiempo! Asumo disciplinadamente el reto. Traslado a un taller al que no se le resiste una puerta. Nada. ¡Rompemos el cristal! En ese momento, recibo una llamada telefónica: -A mamá, le ha explotado la olla en la cocina pero a ella no le ha pasado nada. Me dirijo a casa de mi madre a toda velocidad, mientras anticipo el destrozo producido. Abro la puerta y mi madre está tranquila. Entro en la cocina y asisto a la visión dantesca de toda una garbanzada expandida por las paredes y por el mueble cocina. La campana ha volado, la tapa doblada como un libro, acelgas aquí, zanahorias allá... Un estallido universal de restos culinarios que avisan de lo que podría haber sido. Hay solución. Llamada al seguro, nueva vitrocerámica, limpieza y pintura...
El día ha pasado, pero sigo conmocionado por el aviso a primera hora de la mañana de la muerte del hijo de un querido amigo mío. Me acerco a su dolor y comparto su ira. Me duermo pensando en cómo el azar o la mala suerte va repartiendo la pena y el llanto.
Creo en sueños que alguien llama a la puerta. Vuelvo a oír un timbre y no es un sueño. Son las tres de la mañana y me apresuro. Algo ha pasado. Al abrir la puerta, veo a dos policías locales que me preguntan por mi hijo y me acuerdo de mi amigo. ¡Me acelero, emocionalmente! Cuando todo se aclara, me dicen que me han robado el coche y que la Guardia Civil lo tiene localizado en Malpartida. Las llaves han aparecido en el encendido del vehículo, junto a otras llaves de mi casa y el garaje. Al parecer tres muchachos al salir de una discoteca llevaban la rueda derecha pinchada, han encendido las luces intermitentes y la benemérita, que lo ha observado, ha salido tras el coche. Debieron asustarse, saliendo a la cuneta y huyendo campo a través.
Me traslado a Malpartida e imagino que me encontraré un coche estampado. Suerte. Tan solo un reventón de la rueda. Dos guardias civiles, que han recuperado el automóvil, muy empáticamente me explican el suceso. Llamamos a la misma grúa del día anterior.
La noche es muy fría y nos cubre la niebla. Larga charla con los agentes hasta que hacemos el traslado. ¡Qué buena gente! Hablamos de todo; de su discriminación salarial, de Pablo Iglesias, de los déficits del norte extremeño en casi todo... ¡Me alegro de tener estos servicios públicos! Más tarde, a las siete de la mañana, denuncia en la policía nacional y se repite la sensación de amparo.
Amanece y uno tiene la sensación de haber recuperado el control. Tan solo tengo que reparar el coche, llamar al seguro, cambiar los bombines de las cerraduras, arreglar el cristal de la ventanilla, hacer una ampliación de denuncia...
Me sigo acordando de mi amigo y de su inevitable soledad. El dolor ajeno nos enseña a relativizar y a humanizarnos.
Caigo rendido en la cama. Al día siguiente tengo una reunión sindical en Mérida. Salgo con la intención de ir despacio por las curvas del Tajo para retomar la normalidad. Una llamada cuando estoy en marcha y milagrosamente contesto. Una voz amiga me informa que mi madre se ha caído y está sola en casa. Doy media vuelta y cuando llego a casa de mi madre me encuentro decenas de curiosos, dos camiones de bomberos, una furgoneta de la policía nacional y una ambulancia del 112. Han entrado por una ventana y comienzo a creer que Murphi existe como personaje malévolo. Todo es manifiestamente empeorable. Directos a la residencia; operación y una nueva Odisea. En Plasencia no hay una sola cama sociosanitaria y la trabajadora social me ofrece una en Trujillo. Los Servicios Públicos se sostienen gracias a sus trabajadores y trabajadoras. Se notan los años de austericidio y recortes. Mi agradecimiento a todos ellos.
Pero sigo pensando en mi amigo. Un abrazo sostenido nos ha reconfortado. Nos susurramos a los oídos palabras reparadoras, sinceras y de la misma forma que muchas veces reímos, hoy lloramos juntos su irreparable perdida. El dolor del otro siempre humaniza.